Llevo la consigna de esta era:
la soledad del hombre es la mía,
es una vieja pelota,
es un esfera,
es el único rincón mío en mi vieja anatomía.
Cuento los cigarros en la vida del cenicero,
y siento mis pulmones aguados,
ahogados en la saliva de las palabras extintas,
que no dicen algo,
que dicen nada.
Escucho el aire profugo,
tras los barrotes de la celda de mi corazón cautivo,
vacío, lleno de vacío,
harto del asco de mi mismo.
Y escucho los tacones de mi vieja soledad,
la voz serena y ubicua
de lo que no me pertenece,
de lo que jamás fue mío,
de lo único que poseo:
el hoyo de siempre en mi bolsillo.
Sí, la soledad del hombre es la mía,
porque es el fuego de la linterna apagada de mi vida,
es mi pareja,
la que me despierta con besos
y me da los buenos días,
y me despide al trabajo,
al trabajo de seguir viviendo esta vida mía.
Sí, la soledad del hombre no es de todos,
es mía, sólo, solo mía.
la soledad del hombre es la mía,
es una vieja pelota,
es un esfera,
es el único rincón mío en mi vieja anatomía.
Cuento los cigarros en la vida del cenicero,
y siento mis pulmones aguados,
ahogados en la saliva de las palabras extintas,
que no dicen algo,
que dicen nada.
Escucho el aire profugo,
tras los barrotes de la celda de mi corazón cautivo,
vacío, lleno de vacío,
harto del asco de mi mismo.
Y escucho los tacones de mi vieja soledad,
la voz serena y ubicua
de lo que no me pertenece,
de lo que jamás fue mío,
de lo único que poseo:
el hoyo de siempre en mi bolsillo.
Sí, la soledad del hombre es la mía,
porque es el fuego de la linterna apagada de mi vida,
es mi pareja,
la que me despierta con besos
y me da los buenos días,
y me despide al trabajo,
al trabajo de seguir viviendo esta vida mía.
Sí, la soledad del hombre no es de todos,
es mía, sólo, solo mía.