Interminable la nada se despliega tras la puerta de mi cuarto, hace migas con hostigada niñez, con la crepitud de mi cuerpo, ahora sólo y ensortijado a los recuerdos de hace años, cuando todavía creía en mí, en que se podía vivir del arte, en que podía ser feliz.
La soledad camina a lo largo de mi habitación, así como ha ido desgastando, segundo a segundo, minuto a hora, la fuerza de voluntad que me mantenía vivo. ¡Estoy cansado de tanto tropezar! ¡Estoy agotado! Siempre escucho sus zapatillas golpeando el suelo y sacando chispas de mis más profundos sueños, tirados, estirados en el piso cual tapete de "Bienvenido - Welcome to my mundo". nadie lo dijo, pero la soledad es un ente con tetas y labios pintados de rojo, de mirada seductora, de grandes ojos oscuros y con una tanga que deja al descubierto sus nalgas, exactamente del tamaño de mis manos.
Recuerdo aquel día que subí al metro, todo parecía normal hasta que la vi cubierta con chal y masticando su propia dentadura, olía como huelen los muertos recien muertos:
-Tú eres especial -dijo- llevas la marca del vacío en los ojos. Recuerda todo nace de la nada, el vacío sólo es el principio. Ten esto presente, antes de que se desvanezca tu futuro.
Y se alejo, desapareció con el sonido anunciante de la próxima estación. Mientras, yo miraba desconcertado el andén, siguiendo el olor de los muertos recién muertos. Ese día todo cambio, dejé de perseguir mis demonios, dejé de alimentar mis sueños y entendí que mi soledad sólo era producto de nada, aquella que llenaba mis manos y mis bolsillos. A cada idea genial le seguía la desaparición de algo o alguien en mi realidad: "Todo lo sólido se desvanece en el aire". De esta manera perdí a mis padres, a mis amigos y justo cuando la perdí a ella, su soledad se instauró en mi cuarto, en mi casa. Y decidí no volver a pensar, no volver a escribir, prefería el peso de su soledad en mi cama y sus caricias frías, que el calor de un cuerpo que jamás fue mío. Me dejé atrapar por sus besos helados, por el sabor de su cuerpo extinto, por el dolor de hacerle el amor a alguien no vivo. ¡Carajo, no hablo de la muerte! Hablo de la soledad que me acurruca por las noches y me besa en las mañanas y me recuerda a cada instante que estoy vivo, ¡vivo! Lo que no sabe es que yo quiero estar muerto y oler como huele la carne putrefacta, y saber si hay un paraíso, si los muertos también mueren de soledad. Por eso escribo esto a sus espaldas para ver que pasa: ¡O la mato o me mato!
Haber que pasa mañana... Es que estoy cansado de estar vacío.