Llegaron las noches seguidas de sus días, y mientras el angelús repiqueteaba con las andanzas entre copas de los tomadores, con los delirios dimensionados de los entes sobrenaturales y con los pujidos sonidos del rictus sexual de los amante, yo seguía leyendo, leyendo y letra a letra las arrugas hacían presencia en mi rostro. Era una relación de vanguardia yo leía sus letras y él las alimentaba con mi vida. Pero eso no era importante, lo indispensable era toda la verdad que escribía... Yo era su mayor fan y él aquel escritor que me desgarraba el alma.
Muchas veces creí que por alguna extraña coincidencia representábamos en la realidad la Nívola de Unamuno; que yo había terminado siendo su creación y que en cualquier momento tocaría a su puerta para pedirle que no me matará, que me hiciera una vida feliz, rodeado de placeres y desvíos... pero nada; no sabía dónde vivía quien con sus letras me subyugaba -era fiel esclavo de sus parábolas salteadas, de sus poemas desgajados y de sus lágrimas vueltas palabras-.
De pronto, al paso de las horas reparé -cual caballo desbocado-, del salvajismo que hacían sus términos en mi pensamiento; yo no era más que un ciego azuzado por las letras plagadas de la sabiduría de su ignorancia: como todo gran escritor, él era un fantástico mentiroso -me vendía la vida a mis espaldas, escogiendo al mejor postor-. intenté dejar de leerlo, pero no podía: sus falacias y quimeras valían más que mi propia vida. Si pasaba un día sin alguna de sus figuras comenzaba a temblarme el ojo derecho, la presión me subía hasta sentir que explotaba mi cabeza -era como una eyaculación de abstinencia-. "Una sinécdoque, una paráfrasis, por Dios, su antítesis de hoy; una mentira piadosa o una verdad a medias" -gritaba en mi agonía, y pasaba las noches sin pegar los ojos hasta que irremediablemente caía enfermo de ausencia y de desesperanza-. Y volvía a leerlo, hoja por hoja, envenenándome la vida y el alma, dejando todo -la última vez que intenté dejar de leerlo se me escaparon los sueños, pasé 5 días sin dormir; tuvieron que inyectarme un calmante, durante 3 días quedé tendido en la cama-.
No había más por hacer, moriría si no le leía y terminaría muerto si seguía sus letras; o moría de inanición, abstinencia y continencia o moría de vejez prematura. He de reconocer que siempre hablaba de una verdad sexuada, cachonda, de caricias arrogantes, de venidas mayúsculas y de sus deseos de volar entre la pepa de una mujer; luego esa misma verdad era dulce, tiernísima, casi cursi; se proyectaba en un mundo de magia e irreverencia, de besos prolongados, manos sudadas, de sentimientos recatados; otras veces, era letárgico y violento, espeso, difícil hasta para con el mismo, sangraba, lloraba, se quejaba como niña de vestidos rosas y azules; se volvía andrógino y miraba a la gente desnuda, le conocía tras mirar su osamenta y escrutar los signos de su piel... era un cabrón, en veces un amor luego bestial; parecía bipolar, pero no: el muy culero sabía lo que hacía, y lo hacía muy bien...
En mi librero podía encontrar su colección: Veinte mil lenguas sobre una vagina (retórica sobre la teoría de despegar los pies mientras se hace el amor), El soldadito con plomo ( 1000 formas de matar al amor), Los vasos perdidos ( o el idilio de un alcohólico), Neblina (el amor es irracionalmente ciego), El Quijote derretido (cómo seducir y romperle la estructura a cualquiera), El benfo sublime (recopilación de poesía amorosa), Un amor, una vida (histórica reseña del amor de una vida); y su obra principal: Vacuom (Síntesis de la soledad del amor, del ser y la nada).
No podía entender por qué le leía... por qué lo leí... pero estaba condenado hasta el último día de mi vida... era su lector y el alimento de su obra: él me quitaría la vida.
Epílogo
- Míralo, pobre loco -dijo al nuevo enfermero- se la pasa leyendo los mismos libros.
- ¡Eso no es una locura!
- Lo es: él fue quien escribió esos libracos...
- ¿Una obsesión?
- No una imposibilidad.
El nuevo enfermero no entendió, lleno de curiosidad espero a que durmieran todos en el manicomio y se acercó al estante de los libros y cogió aquellos que el loco no podía dejar de leer, abrió uno, y tenía la misma frase escrita ad libitum, una tras otra vez, una tras otra; tomó otro libro del estante y la misma frase se repetía hasta poblar las 2000 hojas del volumen. Desesperado abrió cada uno de aquellos y en todos sucedía igual; la única frase escrita era: "vive tu vida como si fuera el último instante".
Salió desconcertado, se metió a la regadera, pensaba en lo extraño de aquel caso... Al peinarse notó un mechón de canas y sobre su maleta un volumen que decía: Vacuom.