
Como siempre, como anteayer, el día de antes de ayer, me levanté casi al acostarme. Las tres de la mañana y saco a Jaime de su jaula, no sin antes cerrar la puerta de mi cuarto, no es mía y le prendendo como si lo fuera. Prendo la tele y busco alguna película en el sistema de cable, mientras, repaso incansable el color negro del techo, mi propio infinito, a pesar de los años le sigo buscando constelaciones perdidas, extraviadas de los relatos de tantos viajes épicos que hay dentro de mi armario. Cojo el control remoto y cambio canal tras canal, siempre pienso al momento de buscar una película: Estoy convencido que la causalidad de la caja idiota, siempre, siempre tiene un mensaje que darme, algo nuevo para aplicar a mi vida. Escucho el sonido de las patitas de Jaime recorrer incansable su reino atrás de los muebles y bajo la cama, ese reino que yo le fabriqué y dónde ella gobierna y manda, dónde mi elemental humanidad se somete a su soberana animalidad. Acomodo las ocho almohadas sobre mi cama y me pierdo en el limbo de mis pensamientos. Hoy al igual que hace noches, estoy sólo, deseando su desnudez, el calor de su cuerpo, la tibieza de su boca, la humedad de su entrepierna. Concilio dos o tres horas de sueño con una erección, le amo demasiado y le deseo hasta los huesos. Me pregunto en las quimeras de mi pensamiento si ella guarda bajo la piel la historia que escribimos el pasado sábado, si todavía tiene impregnado mi olor y las manchas de semen sobre su vientre. Sé que me ama, y a veces, eso me da miedo, porque le amo toda, completa, con todo el paquete, le amo mujer, madre, hija, cómplice, amante, pareja, y eso me da miedo, me da horror no ser suficiente ni necesario ni hombre ni trabajador: me paniquea querer ser escritor y matar nuestro amor de hambre. Cualquiera podría decirlo: "Yo llevo a mi casa el pan con el sudor de frente", ¡eso no me importa! ¡Yo quiero poner la mesa con el sudor de mis letras! ¡Eso! Eso, a veces, suena imposible, y antes de despertar dejo de creer en mi... Llevo 25 años con la maldición de las letras en mis manos: juegué, escribí, estudié, escribí, crecí, amé, escribí, trabajé y escribí, trabajo y escribo y amo y escribo, cojo y escribo, duermo y sueño letras desgajadas, llenas de soledad, de nada, de la otredad soñada, siempre alejadas de mi mismo. Escucho las patas de Jaime entrando en su casa de hurón para dormir, y le envidio, hasta ella tiene su propia casa y sin ser mía goza de todos los privilegios y prerrogativas de mi amor incondicional, siempre la he considerado mía... Me levanto con la idea, con el temor de reconocerme un asesino en potencia, y junto un día más en busca del anhelo: ¡Quiero ser escritor de los buenos, no asesino! ¡No quiero matar a mi amor de hambre!... Y al igual que anteayer, el día de antes de ayer, vivo.