En esta época todo suena y se ve diferente, el ritmo de la cotidianidad es vertiginoso. Los problemas sociales que siempre fueron mi preocupación siguen existiendo. Algunos días, comparto mi miseria e invito a desayunar a los niños mugrosos y harapientos, dueños de este jardín. Preparo treinta tortas, gelatinas y llego con mi morral a la orilla del kiosco. Apenas me ven hacen fiesta. Siento la rueda de hambre girar alrededor del alimento que hace días no prueban.
Nunca lo he dicho pero lo pienso: tengo un especial afecto por el Pitirijas, pequeño de 6 años, al menos eso creemos, de mirada triste y sonrisa franca. Ahora, no me recuerdo a esa edad, pero debí ser de lo más parecido sólo que limpio y bajo los cuidados de mis padres. Recuerdo la última vez:
Después de ir por refrescos y terminar su escueto y sagrado alimento, nos sentamos en las escaleras que dan al templete del kiosco, intercalados, porque hay lindas niñas también. Se animan:
— ¿No nos vas a contar lo que sigue de tu historia?
— ¿En serio quieren escucharla?
— ¡Síííííí! —contestan al unísono—.
— Bueno, ¿en qué me quedé la vez pasada?
— Dijiste que nos ibas a contar sobre La caída de la luna.
— Sí, sobre La caída de la luna, porque el otro día nos contaste sobre Alma de juguete.
—Además, prometiste traernos un títere como Alex.
Volteo la cabeza y pongo las manos sobre mi rostro, giro de pronto hasta quedar de frente a ellos:
— Cumplí, les he cumplido. Véanme bien porque soy la metáfora en la realidad de ese títere que busco incansable su alma de juguete y que siempre deseo un hogar.
— ¡Mira tiene una nariz redonda y roja!
— ¿Y nunca tuviste un hogar?
— Alguna vez, pero hoy no.
El Pitirijas se acerca y con sus sucias manecitas acaricia mi mejilla:
— ¡Pobre! Eres como nosotros, ¿verdad? Si no tienes casa te puedes quedar con nosotros en el jardín.
— Gracias.
No cabe duda, el significado de las palabras cambia de acuerdo a las necesidades de nuestra propia existencia para ellos hogar es sinónimo de una casa, para mi es estar entre tus brazos. Me tranquilizo y con los ojos a punto de estallar en mil lágrimas, comencé:
—Ok — respiro hondo— La caída de la luna es, precisamente, una historia sobre como encontrar el lugar que nos corresponde en este mundo.
— ¿Cómo? —dice la Llantitos mientras se limpia la cara—.
— Sí, en esta tierra que nos acoge hay un lugar dónde podemos florecer y esperar a que corra el tiempo como décima de segundo, pasando las hojas de nuestra historia. Les juro: hay un espacio dónde podemos ser felices.
Sus ojos se encienden por la esperanza de mis palabras.
— Hace muchos años existió una persona…
— ¿Cómo tú?
— Sí, como yo —continúo la historia— esa persona, a través de sus vivencias y del huracán de su diario ir y venir, se extravió, comenzó a caminar por el callejón Sin Sueños, con las bolsas vacías del pantalón, sus recuerdos en la mochila y una profunda tristeza grabada en el corazón: nunca había encontrado su hogar y a dónde pertenecía. Lo más raro es que el creía que podía regalar sueños a cualquier extraño…
— ¡Pues que nos traiga un pastel, yo ni lo conozco! —grita el Monstruo al final de la escalera—.
— ¡Ja, ja, ja! —ríen varios chiquillos—.
— ¡No seas payaso!
—Para payaso está él —dice la Role y me señala— ¡tiene su nariz roja y redonda!
— ¿Y luego?
— Contradictorio, caminaba por el callejón Sin Sueños regalando sueños…
— ¡Qué tonto!
— No, no, no era tonto, simplemente tenía un poco de fe en los demás: a cada sueño que regalaba, dejaba entrar un poco de luz a la vida de la otra persona. En ese momento, aquel extraño podía ver la salida del callejón y desaparecía de ese lugar tétrico y oscuro.
— Si podía sacar a otros del callejón, ¿por qué no salía?
— Sí, ¿no podía caminar o correr a la salida?
— Él llevaba tanto tiempo en las penumbras que le era difícil distinguir el camino de salida, y la verdad es que se sentía seguro entre las sombras aunque con el corazón vacío. Hasta que un día, por pura casualidad o por destino, se acercó a la orilla y en el umbral encontró a una mujer de ojos profundos e inmediatamente le reconoció con la memoria de otras vidas. Ella parecía estar más cerca de la luz, pero había algo que la mantenía en secreto en el callejón sombrío: había decidido desconectar de si esa parte que se alimenta del amor de pareja.
— Eso es fácil, a nosotros nadie nos quiere ni nos importa querer a alguien.
— ¡No es lo mismo! Ella no quería que la amaran o no quería amar, ¿verdad?
—corrige y afirma Luchis—.
— ¿Por qué?
— ¿Por qué que?
— ¿Por qué no quería tener el amor de otra persona?
— Tal vez se había cansado de luchar o de esperar, o tenía un poco de miedo o no había encontrado a quien estaba buscando, o no creía en la magia.
— ¡Yo no creo en la magia! Son puras babosadas y trucos —dice convencido el Chueco con su pie de lado—.
— ¡Qué güey eres! La magia existe, ¿verdad?
— ¡Claro! La magia existe en el diario devenir, es encontrar el sabor de la vida, es defender los sueños, luchar por alcanzar los anhelos y encontrar el verdadero amor a través de nuestra esencia —enuncio divertido—.
— ¡Chale! ¿Y la historia? —enojado el Caníbal—.
— ¡Sí, ya dejen que siga!
— Bueno —continúo con la historia— se vieron de frente y algo extraño y fuera de este mundo fundió sus almas, comenzaron a platicar y a cada palabra formaban un nuevo diccionario para entenderse, ya que los dos pertenecían a diferentes universos. Ella sintió estremecerse en su interior. Él no podía apartarse y la emoción lo embargaba hasta sacudirle la tristeza. Por un momento se reservaron el mutismo de la excitación de conocerse: una pequeña luz rompía el umbral de las sombras. Se miraron cómplices y entendieron ese sentimiento de contrabando. Ella lo tomó del brazo y juntos dieron el primer paso fuera del callejón Sin Sueños. No recordaban que el mundo fuera de esta manera: arbustos con letras colgando y frutos poemas, nubes viajeras esperando en cada parada de autobús por su pasaje, vitrinas repletas de pastelillos de chocolate. Caminaron por las veredas del parque del absurdo tomados de la mano, ella sentía cientos de mariposas alrededor del cuerpo, él percibía el caminar de una fila de hormigas que llevaban en su lomo un mensaje: “Siempre hay más, si quieres recibirlo”. Pararon en medio del parque donde reposaba un árbol de ramas entrelazadas, de las cuales brotaban hojas en forma de corazón, resguardo a un hermoso capullo amarillo que al contacto con los lúmenes marmóreos de la luna, comenzó a abrir dejando al descubierto cuatro pistilos. Ella le dijo: “Es la flor del No te olvido, y sus pistilos son cuatro, por el pasado, el hoy, el porvenir y el momento al cual se reduce la eternidad en un para siempre. ¡Mira la luna!”. Él se sorprendió de tanta magia y señalando la esfera plateada le susurro al oído: “Está tan cerca que parece la luna se cayó”. Se alejaron con rumbo desconocido, perdiéndose en el crepúsculo. Desde entonces los enamorados caminan juntos, tomados de la mano, en cada noche de luna llena y piensan que la luna se precipitó en caída libre sobre la tierra.
— ¡Qué cursi! Mejor vamos a jugar fútbol con el suéter del Piojos.
— ¡Síííííí! —gritan todos y se abalanzan sobre el Monstruo que trae su paupérrimo e improvisado balón.
— ¡Fíjate Buey!
Por poco y atropellan al muchacho de la bicicleta. El mundo sigue estando loco. Algo me dice que hoy dejaré de contemplar este mundo, sí, este hoy de tantos días sin ti es para recorrer despacio mi historia y entender qué sucedió entre nosotros, ¿qué hice de mi vida? ¿Algo pasó? Al menos el tiempo. ¿Hay algo que jamás concebí?
La memoria me traiciona y recuerdo el final de ese día con los niños:
— Oye, no entendí, ¿por qué dijiste que La caída de la luna se trataba de encontrar el lugar que nos corresponde en el mundo? —pregunta el Pitirijas, a la vez que jala el saliente de mi camisa—.
— Al encontrarse, él y ella, supieron a dónde pertenecían.
— ¡Ahh! ¡Cuándo sea grande quiero ser escritor cómo tú!
— Hijo, los escritores cargamos la maldición de las palabras, ¡no sabes lo que dices!
— Sí, lo sé, y voy a contar cada una de tus historias.
— ¿Por qué quieres escribir?
— Alguna vez dijiste que el tiempo se puede cambiar, y cuando sea grande voy a tener otra niñez, me inventaré una nueva: ¡La voy a escribir!
Hoy puedo sentir, de nuevo, las lágrimas correr por mis mejillas y a ese pequeño niño, de mirada triste consolándome mientras me decía:
— Pero no te preocupes, en esa nueva niñez tú si vas a estar, eres lo único bueno que me ha pasado. ¡Te juro que tú si vas a estar en mis historias, para que nunca dejes de existir!
Hoy recorro esta existencia que me tocó vivir y por fin entiendo lo que sucedió. La estación escurrida de mi vida se me va de largo al compás de las historias que tengo para contar. Estoy seguro que todo podría cambiar, si yo lo escribo y tú lo lees, pero es tan poco el tiempo y la vida se va en un abrir y cerrar de ojos
Nunca lo he dicho pero lo pienso: tengo un especial afecto por el Pitirijas, pequeño de 6 años, al menos eso creemos, de mirada triste y sonrisa franca. Ahora, no me recuerdo a esa edad, pero debí ser de lo más parecido sólo que limpio y bajo los cuidados de mis padres. Recuerdo la última vez:
Después de ir por refrescos y terminar su escueto y sagrado alimento, nos sentamos en las escaleras que dan al templete del kiosco, intercalados, porque hay lindas niñas también. Se animan:
— ¿No nos vas a contar lo que sigue de tu historia?
— ¿En serio quieren escucharla?
— ¡Síííííí! —contestan al unísono—.
— Bueno, ¿en qué me quedé la vez pasada?
— Dijiste que nos ibas a contar sobre La caída de la luna.
— Sí, sobre La caída de la luna, porque el otro día nos contaste sobre Alma de juguete.
—Además, prometiste traernos un títere como Alex.
Volteo la cabeza y pongo las manos sobre mi rostro, giro de pronto hasta quedar de frente a ellos:
— Cumplí, les he cumplido. Véanme bien porque soy la metáfora en la realidad de ese títere que busco incansable su alma de juguete y que siempre deseo un hogar.
— ¡Mira tiene una nariz redonda y roja!
— ¿Y nunca tuviste un hogar?
— Alguna vez, pero hoy no.
El Pitirijas se acerca y con sus sucias manecitas acaricia mi mejilla:
— ¡Pobre! Eres como nosotros, ¿verdad? Si no tienes casa te puedes quedar con nosotros en el jardín.
— Gracias.
No cabe duda, el significado de las palabras cambia de acuerdo a las necesidades de nuestra propia existencia para ellos hogar es sinónimo de una casa, para mi es estar entre tus brazos. Me tranquilizo y con los ojos a punto de estallar en mil lágrimas, comencé:
—Ok — respiro hondo— La caída de la luna es, precisamente, una historia sobre como encontrar el lugar que nos corresponde en este mundo.
— ¿Cómo? —dice la Llantitos mientras se limpia la cara—.
— Sí, en esta tierra que nos acoge hay un lugar dónde podemos florecer y esperar a que corra el tiempo como décima de segundo, pasando las hojas de nuestra historia. Les juro: hay un espacio dónde podemos ser felices.
Sus ojos se encienden por la esperanza de mis palabras.
— Hace muchos años existió una persona…
— ¿Cómo tú?
— Sí, como yo —continúo la historia— esa persona, a través de sus vivencias y del huracán de su diario ir y venir, se extravió, comenzó a caminar por el callejón Sin Sueños, con las bolsas vacías del pantalón, sus recuerdos en la mochila y una profunda tristeza grabada en el corazón: nunca había encontrado su hogar y a dónde pertenecía. Lo más raro es que el creía que podía regalar sueños a cualquier extraño…
— ¡Pues que nos traiga un pastel, yo ni lo conozco! —grita el Monstruo al final de la escalera—.
— ¡Ja, ja, ja! —ríen varios chiquillos—.
— ¡No seas payaso!
—Para payaso está él —dice la Role y me señala— ¡tiene su nariz roja y redonda!
— ¿Y luego?
— Contradictorio, caminaba por el callejón Sin Sueños regalando sueños…
— ¡Qué tonto!
— No, no, no era tonto, simplemente tenía un poco de fe en los demás: a cada sueño que regalaba, dejaba entrar un poco de luz a la vida de la otra persona. En ese momento, aquel extraño podía ver la salida del callejón y desaparecía de ese lugar tétrico y oscuro.
— Si podía sacar a otros del callejón, ¿por qué no salía?
— Sí, ¿no podía caminar o correr a la salida?
— Él llevaba tanto tiempo en las penumbras que le era difícil distinguir el camino de salida, y la verdad es que se sentía seguro entre las sombras aunque con el corazón vacío. Hasta que un día, por pura casualidad o por destino, se acercó a la orilla y en el umbral encontró a una mujer de ojos profundos e inmediatamente le reconoció con la memoria de otras vidas. Ella parecía estar más cerca de la luz, pero había algo que la mantenía en secreto en el callejón sombrío: había decidido desconectar de si esa parte que se alimenta del amor de pareja.
— Eso es fácil, a nosotros nadie nos quiere ni nos importa querer a alguien.
— ¡No es lo mismo! Ella no quería que la amaran o no quería amar, ¿verdad?
—corrige y afirma Luchis—.
— ¿Por qué?
— ¿Por qué que?
— ¿Por qué no quería tener el amor de otra persona?
— Tal vez se había cansado de luchar o de esperar, o tenía un poco de miedo o no había encontrado a quien estaba buscando, o no creía en la magia.
— ¡Yo no creo en la magia! Son puras babosadas y trucos —dice convencido el Chueco con su pie de lado—.
— ¡Qué güey eres! La magia existe, ¿verdad?
— ¡Claro! La magia existe en el diario devenir, es encontrar el sabor de la vida, es defender los sueños, luchar por alcanzar los anhelos y encontrar el verdadero amor a través de nuestra esencia —enuncio divertido—.
— ¡Chale! ¿Y la historia? —enojado el Caníbal—.
— ¡Sí, ya dejen que siga!
— Bueno —continúo con la historia— se vieron de frente y algo extraño y fuera de este mundo fundió sus almas, comenzaron a platicar y a cada palabra formaban un nuevo diccionario para entenderse, ya que los dos pertenecían a diferentes universos. Ella sintió estremecerse en su interior. Él no podía apartarse y la emoción lo embargaba hasta sacudirle la tristeza. Por un momento se reservaron el mutismo de la excitación de conocerse: una pequeña luz rompía el umbral de las sombras. Se miraron cómplices y entendieron ese sentimiento de contrabando. Ella lo tomó del brazo y juntos dieron el primer paso fuera del callejón Sin Sueños. No recordaban que el mundo fuera de esta manera: arbustos con letras colgando y frutos poemas, nubes viajeras esperando en cada parada de autobús por su pasaje, vitrinas repletas de pastelillos de chocolate. Caminaron por las veredas del parque del absurdo tomados de la mano, ella sentía cientos de mariposas alrededor del cuerpo, él percibía el caminar de una fila de hormigas que llevaban en su lomo un mensaje: “Siempre hay más, si quieres recibirlo”. Pararon en medio del parque donde reposaba un árbol de ramas entrelazadas, de las cuales brotaban hojas en forma de corazón, resguardo a un hermoso capullo amarillo que al contacto con los lúmenes marmóreos de la luna, comenzó a abrir dejando al descubierto cuatro pistilos. Ella le dijo: “Es la flor del No te olvido, y sus pistilos son cuatro, por el pasado, el hoy, el porvenir y el momento al cual se reduce la eternidad en un para siempre. ¡Mira la luna!”. Él se sorprendió de tanta magia y señalando la esfera plateada le susurro al oído: “Está tan cerca que parece la luna se cayó”. Se alejaron con rumbo desconocido, perdiéndose en el crepúsculo. Desde entonces los enamorados caminan juntos, tomados de la mano, en cada noche de luna llena y piensan que la luna se precipitó en caída libre sobre la tierra.
— ¡Qué cursi! Mejor vamos a jugar fútbol con el suéter del Piojos.
— ¡Síííííí! —gritan todos y se abalanzan sobre el Monstruo que trae su paupérrimo e improvisado balón.
— ¡Fíjate Buey!
Por poco y atropellan al muchacho de la bicicleta. El mundo sigue estando loco. Algo me dice que hoy dejaré de contemplar este mundo, sí, este hoy de tantos días sin ti es para recorrer despacio mi historia y entender qué sucedió entre nosotros, ¿qué hice de mi vida? ¿Algo pasó? Al menos el tiempo. ¿Hay algo que jamás concebí?
La memoria me traiciona y recuerdo el final de ese día con los niños:
— Oye, no entendí, ¿por qué dijiste que La caída de la luna se trataba de encontrar el lugar que nos corresponde en el mundo? —pregunta el Pitirijas, a la vez que jala el saliente de mi camisa—.
— Al encontrarse, él y ella, supieron a dónde pertenecían.
— ¡Ahh! ¡Cuándo sea grande quiero ser escritor cómo tú!
— Hijo, los escritores cargamos la maldición de las palabras, ¡no sabes lo que dices!
— Sí, lo sé, y voy a contar cada una de tus historias.
— ¿Por qué quieres escribir?
— Alguna vez dijiste que el tiempo se puede cambiar, y cuando sea grande voy a tener otra niñez, me inventaré una nueva: ¡La voy a escribir!
Hoy puedo sentir, de nuevo, las lágrimas correr por mis mejillas y a ese pequeño niño, de mirada triste consolándome mientras me decía:
— Pero no te preocupes, en esa nueva niñez tú si vas a estar, eres lo único bueno que me ha pasado. ¡Te juro que tú si vas a estar en mis historias, para que nunca dejes de existir!
Hoy recorro esta existencia que me tocó vivir y por fin entiendo lo que sucedió. La estación escurrida de mi vida se me va de largo al compás de las historias que tengo para contar. Estoy seguro que todo podría cambiar, si yo lo escribo y tú lo lees, pero es tan poco el tiempo y la vida se va en un abrir y cerrar de ojos