“El continente no puede existir en el contenido, ya que dos objetos no pueden ocupar el mismo espacio en el mismo tiempo… vgr. El todo no puede estar contenido en la nada, puesto que es el continente, sin embargo, el todo para ser un absoluto permite la existencia de la nada en sus entrañas”.
Fragmento de la insoportable necedad del Ser Supremo,
de Fernando Lucci
Jesús sube corriendo las escaleras del edificio. Sabe que el tiempo, a veces, es la cortedad de la existencia. Pisada tras pisada marchan los segundos y con ellos se esfuma la posibilidad de encontrar a Magdalena viva. Se sujeta del barandal para tomar impulso y cubrir el mayor número de escalones con cada zancada mientras su gabardina golpetea tras sus piernas.
No sabe cómo pero se vio inmerso en este torbellino de acontecimientos:
¡Ring! ¡Ring! ¡Ring! Las cuatro de la mañana se preguntaba quién podía marcar a esa hora, desde que había dejado su trabajo de detective de homicidios en la PGR el teléfono sólo sonaba con la solicitud de una cita para alguno de sus pacientes. ¡Ring! ¡Ring! ¡Ring! Psicólogo especializado en criminalística, ahora atendía a personas con algún desorden emocional. ¡Ring! ¡Ring! ¡Ring!:
— Bueno… capitán Y. Ova… pero… ¡dos millones de pesos! Voy para allá.
Se levantó ante la mirada dormibunda de María que se encendía con el reflejo de las lucecitas de la última pantalla que compraron en el mercado de artesanías de Buenavista, junto al tianguis del Chopo.
— ¿A dónde vas? —preguntó molesta— ¿no es demasiado tarde?
— Es qué —titubea— voy a hacer un trabajo para la PGR.
Sin más María se revuelve en las sábanas, sabe que Jesús no le dirá nada, es el acuerdo que tienen de hace siete años que viven juntos. Él jamás le contará algo.
Se presentó en el SEMEFO, sus viejos compañeros improvisaron en el penthouse una oficina con la pared repleta de fotografías de los últimos asesinatos:
— Estamos preocupados, Jesús—afirma el capitán Y. Ova rascándose la cabeza— nunca habíamos visto crímenes tan brutales y tan bien estructurados.
— Explíqueme con más detalle —contesta Jesús mientras saca un delicado del bolsillo derecho de su gabardina negra—.
— Creo que las fotos hablan por si solas.
El Capitán hace una seña y se acerca Gabriel para guiarlo frente a la pared del primer homicidio. Jesús observa con detalle cada una de las impresiones. La primera serie muestra a un individuo en hinojos, clavado al piso con una varilla, las manos atadas al frente, entre los dientes, un libro sostenido por cinta canela y en el pecho clavado un letrero de madera en el que se puede leer: “Yo soy el mensaje”. Frente a él, la estatua de un ángel con las alas abiertas y, que con su mano derecha reconforta a una monja, de hábitos blancos con un cordero bordado a la altura del pecho, y cuyo rostro se ve iluminado por una sensación de paz que ni el rigor mortis pudo borrar, en su mano izquierda, el ángel, blande una espada metálica de hoja reluciente que traspasa por la espalda a una mujer de suave belleza, cabello negro, sus senos blancos y pubis tupido al descubierto y, cubriendo sus torneadas piernas unas medias negras caladas. En la pared se pueden leer un mensaje escrito con sangre: “El tiempo está cerca… Vengo pronto. Amen”.
Jesús aspira el humo de su delicado, pensativo atiende a Gabriel:
— El difunto es Juan Martus, trabajador de Correos Mexicanos, soltero, sin hijos ni familia que reclame su cuerpo. La monja es Sor Virgina, de la orden de la Encarnación, acababa de hacer sus votos y, la mujer desnuda es Desire, una prostituta de las más caras y solicitadas…
— Y tú ¿cómo sabes? —interrumpe en tono burlón, Jesús—.
— ¡Cagum, cagum! —sonrojado Gabriel continúa— el vínculo entre los tres es que vivían en la calle de Las cruces, cerca del Ex convento de la Merced.
— Esto es de lo más raro.
Jesús deja caer la colilla de su delicado al piso. La apaga con la punta de sus zapatos flexi negros, pulcramente voleados y que combinan a la perfección con sus pantalones a pinzas negros y la playera blanca de cuello alto: nunca ha olvidado sus años en el seminario de Panzacola en Tlaxcala.
— ¿Y el segundo crimen?
— Es el del lado derecho de la pared: Mataron al “Colorado”, el lenón más conocido de la zona centro, lo encontraron en la silla de su despacho con un balazo en la cabeza —extrañado, Gabriel hace una pausa y toma unas copias del escritorio más cercano— lo raro es que se encontraron las cartas de propiedad de sus congales en un fólder con una carta de cesión de derechos para diversas asociaciones civiles y órdenes eclesiásticas.
Jesús toma las copias de manos de Gabriel y les da una ojeada:
— Parece cómo si hubiese querido limpiar su conciencia, ¿y su dinero?
— Lo dejó todo a la Asociación nacional de Sexo Servidoras con la única condición de que se crearan fuentes de empleo para las “muchachas”.
— Raros son los caminos del Señor, parece más un suicidio que un asesinato…
Gabriel señala la última foto:
— En la pared estaba escrito “…he aquí una puerta abierta al cielo… sube acá y yo te mostraré las cosas que sucederán…”
— Naturalmente la sangre es del “Colorado”.
— Así es.
Se acerca el capitán Y. Ova con una tasa de café que humea cual espeso pensamiento apoderándose de su simiente:
— Ahora entiendes por qué te llamamos, ni modo mi hermano tu reputación te precede desde el caso de “La flama eterna” o el de "El Asesino de Playa Pannuchis" y mi propuesta sigue en pie ¡dos millones de volovanes si encuentras al asesino!
— Lo que no entiendo es ¿cuál es la premura? No están cerrando la información y no han hablado con los reporteros de la fuente, ¿o es qué no quieren dar el chayo, cómo siempre?
— Lo que pasa es que la información de mañana no se puede parar, ¡es una bomba!
— No entiendo —dice Jesús consternado y temeroso de lo que va a escuchar—.
— Traigan las fotos —ordena el capitán Y. Ova—.
Llega corriendo Sa K. Hiel con una carpeta y extiende la mano. Al revisar la carpeta, Jesús, no puede creer lo que está viendo: en el mar, sobre una plancha de madera, se encuentra empalado y decapitado un hombre, con un letrero en el pecho y con siete cabezas cosidas a su cuerpo y encima de cada una de ellas un cuerno.
Las cabezas eran de gente reconocida y de diferentes ámbitos de la vida de este México moderno: Calderón, Obrador, S. Pliego, Rivera, A. Jean, G. Pascoe, M. Sarquis.
— El cuerpo ¿de quién es? —Jesús cuestiona entendiendo la magnitud del problema en sus manos—.
— Es del rey de la droga: Luis A. Carmelo. Teníamos años tras él y alguien ya nos hizo el favorcito —responde el Capitán— ¿aceptas el caso?
Continuará... Someday