

¡Esos viejos corazones tan enfermos! Insanos y llenos de vacuidad, incapaces de amar más allá de la pantalla, de las letras, de los mensajes encubiertos bajo el sello de confidencial a letras rojas y en negritas. Esos corazones tuertos, carentes de la visión de profundidad, tan exangues, tan pálidos; muertos de miedo ante la palabra compromiso -¡estúpidos eternamente jóvenes!-. Pobres idiotas -los corazones- perdidos en el ocaso del sepia antiguo, en la melancolía del blanco y negro, violados en sus principios tecnicolor de libertad... Esos mudos corazones, sincopados elitistas en busca de las musas, de la figuras que lleven a la épica, a la epopeya, o al simple desierto de la poesía... Silencios corazones acorazados entre el mar del deseo apagado de la mano sobre el sexo, de la réplica eterna -seducir, coger, vivir, amar-, tan endebles como la verga a través de los años, tan profundos como el río de lujuría en la oquedad de la vulva reseca por la edad. ¡Cuánto apego a los corazones mecanizados, hiperespaciales! ¡Cuánto deseo y cuánto amor sembrado en la infertilidad del espacio separado, del vacío existencial, entre pixeles y notas de saxofón alcachofa... entre teclas y pantallas luminiscentes. Corazones rotos, amedrentados, pernoctados, muertos, impávidos, tan futiles como inteligentes, tan ásperos e incandescentes... corazones a punto del deseo, con el olor al sexo inventado del otro -de aquel que inventamos para seducirnos y callados masturbarnos-, corazones desnudos, de óleos clarificados, de lagos esculpidos, de terrenos desflorados; corazones mano, corazones labios, corazones húmedos, mojados en el elixir de la avidez, pesados como la turgencia del corazón pezón... cuántos corazones escritos, lúbricos, vueltos hoja o código encadenado, cuántos de ellos se han perdido y cuántos se han ganado... ¡qué larga batalla hay entre el corazón, el teclado y la pantalla! Mientras el deseo se sigue derramando en corrientes electrón...