A pesar de todo, no hablaría de lo que se espera porque sin decirlo no esperábamos más que aquello que podíamos esperar: nosotros; o tú y yo -el vos que se conjuga trasnochado entre tus labios salpicados de verdad-. Y no lo hablaría porque no lo sé, no sé nada de ti que no me hayan explicado tus brazos abiertos, o tu voz sellada al juramento de nuestro desamor más grande; aquel que vivimos a la distancia, acortada por el monitor que te disfraza de suerte o de leyenda, que te viste mientras mi mente te arranca las ropas, o que te deja al caer la noche para no volver hasta que mis recuerdos llenan la pantalla y evoco tu presencia sobre tu cama -es que la traje conmigo para que tuvieras un pretexto y me extrañaras-.
Y es que no puedo decir nada, o algo, porque sería usado en mi contra la próxima vez que me veas y se te llenen las manos de mi mala educación, y mis codos escriban sobre la mesa lo fascinante que despiertas, o cuando me señalen tus piernas censuradas al roce furtivo de mi ignorancia. Seguro, que aquello que te diga me será restregado en la cara mientras cubres tus ojos de mi juiciosa mirada y de mis caricias monótonas y costumbristas.
No lo puedo decir por miedo a que cierres tu ventana en cada noche y no lo oigas, o quizá porque algo debe suceder para que la espera se dibuje en un cartel frente a tu puerta con tinta indeleble, no sea que la lluvia borre el mensaje, y pienses que jamás estuve. No lo digo para que no te lo quedes y pienses que es tuyo, y bajo ese privilegio desaparezca el olor de mi presencia en tu vida, y los golpes de tus nudillos en la puerta de tu cuarto. Me lo callo para que las llamadas del amanecer, te lleven a mi boca y se te encienda el deseo sobre la piel, mientras el sol desflora la penumbra, y se quedan en tus recuerdos la música y las letras, las transparencias, y las insinuaciones tras la puerta de tu casa.
No lo digo para que cierres los ojos y sientas mis manos sobre tus pies, a la vez que el alcohol se evapora de mi cuerpo... no lo digo porque es un tema que te sabes tan bien, y del cual guardas los cadáveres exquisitos en tu gaveta -la segunda de tu tocador-, para armar el rompecabezas. No lo digo porque no estoy en posibilidades de decirlo, de seguro las ventiscas de septiembre arrasan con todo y mojen tu cuerpo en horas imposibles del día. Juro que no lo digo, sólo pídeme... que parece mis pies están sobre el camino.