Volteemos la cara para ver si nos encontramos, contemos los pasos de nuestro camino para saber si contando compartimos el destino así como hartos y llenos de deseo ponemos en la balanza del amor cada cual su media cama.
Hablemos de tu existencia y de sus parámetros normales, discutamos mi caída y mis absurdos innombrables. Soltemos la lengua mientras cae la lluvia desplazándose en gotas como las letras en nuestras sentencias. Discutamos callados, olvidados del pasado que compartimos y entreguémonos al placer de conocernos y conquistar cualquier terreno perdido -si es que hay tedio y rutina-. Dejémonos solos, acompañados cada uno de los sueños y las pesadillas del otro, con el único fin de jerarquizar las consecuencias que nos unen y nos separan. Amartillemos la distancia y ubiquemos las zapatas de nuestro muro, bauticemos cada adobe, cada unión y cada amarre hasta reconocernos. Cimbremos la arena del tiempo hasta quedarnos con los minutos que vivimos codo a codo, caminando lado a lado, sabiéndonos pareja de tiempos muertos y silencios arrebatados a la noche -como cuando duermes y soñoliento acaricio tu cuerpo, sellando el viejo pacto de pertenecerte, aún cuando vivo inconsciente-.
Hurtemos las buenas costumbres y dime en el cara mis errores, enuméralos, escríbelos en mi cuerpo para no olvidarlos. No te calles que si no estamos juntos es porque algo falla de mi parte: soy un constructor de sueños sobre el agua, y el culpable de noches de ausencia, de mente disipada, de largas horas del deseo ahogándose callado bajo las sábanas. Anda dime y te platicaré del extraño juego del desfase del tiempo que se agolpa como neblina sobre la espalda, y poco a poco se ase del calor que emana nuestro cuerpo. Dime y reconoceré que hay días en que se agota mi paciencia, en que calló lo que me conozco de memoria sólo porque no lo puedo decir. Dime y te diré que de mucho tengo la culpa: de los días de ausencia, de la impaciencia, de los sueños rotos, de que hoy no estemos juntos; y de amarte desde lo más profundo del alma.
Dime y te diré la verdad: miles de noches me inventé un personaje taciturno, vacío y soñador; que se alimenta de la desgracia. Y acabé creyendo que vivía siempre que oscurecía y veía el reflejo de su imagen sobre cualquier cara de la luna. Y acepto que cobarde fomenté la consciencia de la nada, con el único fin de no esperar algo cuando en realidad te necesito toda: mujer completa -puede ser que me empequeñezca ante la grandeza de tu existencia-.
Alza la vista y ve el infinito mientras te cuento que cada mañana al verme al espejo dejo caer una idea que me sobresalta, que me hace temblar, que me impregna de dolor y me causa angustia. Y aún así entendería si un día pierdes la fe y decides ponerle fin a la espera de vernos juntos. No lo puedo evitar pero así como el amor lo salva todo, lo hunde todo, y el sentimiento que no se realiza también cansa y termina por volverse hartazgo y costumbre: "El amor puede cejar o sanar las alas de la mariposa sobre la rueda".
Y después de sabernos tan reales, de decirnos verdades, dibujemos una sonrisa, volteemos la cara y veámonos de frente, contemos los pasos de nuestra existencia juntos, contémoslos como quien cuenta un cuento, recordemos el principio e inventemos cada día un final de amantes enamorados, llenos de caricias, amarrados por la memoria de la piel, satisfechos de estar vivos. Volteemos para reflejarnos en el otro, que se desgaja lleno de amor, que se convierte en nosotros, cuando perdidos nos llenamos los ojos de sueños y derribamos muros: muros llenos de verdad. Volteemos para ver sólo como se entrelaza nuestro destino mientras la vida, día a día, azul se nos escapa.
Obra: Guadalupe Gómez.
Texto: Heriberto Cruz.