Dejo la vida en el buró, y ciego de deseo palpo entre las sábanas buscando a tientas los límites de tu cuerpo, guiándome por las texturas apócrifas de nuestro santo sudario... El colchón guarda en la memoria el peso del animal en que nos convertimos cuando la avidez recorre cada centímetro de nosotros... Somos la bestia de dos cabezas, de labios hinchados y miembros encadenados mientras las áspides entrelazadas -en las caderas- retozan inventando palabras de un viejo y abandonado diccionario... Somos la carne alada del espíritu indomable que cruza libre los laberintos y el abismo, asentado sobre los restos de ángeles perdidos, caídos en las búsqueda de su propio paraíso...
A cuarta de dedos, mido la espesura de tu aroma impregnado, de la fragancia de tu sexo que no olvido y que me he inventado -será porque extraño el sabor de tu vulva entre mis labios-. Inclinado hurgo entre las memorias que he sembrado mientras nos revolcamos sedientos y complacientes el uno con el otro, miro los frutos colgantes, lujuriosos, rojos, advenedizos al orgasmo que los llena de jugo -razón de más para jugar al paraíso-, de la savia que inadvertidos, vertimos gota a gota sobre el cadalso de la pequeña muerte que va y que viene.
Y la mirada se pierde en su propio corazón, destilando tus caricias llenas de sal... y el dulce sabor de la ausencia llena de recuerdos el mundo que hay bajo las sábanas... Y la luna colgante de cuarto de vida da paso a la luz de un nuevo día...