¿Qué hay que no exista sobre la Tierra? Hasta el desamor y la desesperanza ocupan un lugar en el espacio bajo los ojos de Dios que vigila nuestros pasos; haciéndonos cómplices de la nada, del vacío integral que atiborra nuestras vidas -que sin sentido-, se llenan con imágenes y reflejos de lo que creemos es la felicidad absoluta.
Y es que a veces hay una distancia mínima entre tu cuerpo y el mío, que se puede cruzar con un dedo y el izar de las velas de nuestro navío; pero a pesar de todo sigue siendo distancia -aunque se reduzca en dos segundos-.
Y es que a veces existe el universo en nuestra mirada y sigue su viaje a los confines de tus ojos, y paga peaje de a moneda de oro por noche sola sin los retenes de tus brazos y el escrutiño de tus piernas. Y aún con las aduanas sigue siendo un universo infranqueable de los miles que hay en el mismo cosmos que compartimos.
A veces los mares del deseo rompen en la orilla de tu cuerpo y el mío, espumosos y dadores de sal, de aquella que se acumula día con día a través de la vida, en la cuyuntura de los sueños y los pensamientos, en la línea en que se confunden las caricias en una, alimentadas por la delicias de nuestras bocas.
Y es que a veces hay un camino entre tu vida y la mía, y paso a paso los mapas se extravían y las fronteras se disipan. Y siendo un camino sólo hace falta caminarlo. A veces hay silencio entre tu boca y la mía, y ceñidos al vacío; dibujamos un puente sobre el abismo, a pesar de que el horizonte aparente estar muriendo lejos... a veces hay mil cosas entre tu mente y la mía, pero no importa si nos pensamos... a veces la vida se ensaña con olas salvajes entre tu día y mi día, y a pesar del anuncio de naufragio queda un abrazo... a veces hay tedio entre tus reflejo y el mío, pero sólo son espejos de lo humano... a veces hay vacío entre tu mundo y el mío, y sólo es la causa de entregarnos... Y a pesar de los muros, del sin sentido, de perder la batalla, del hastío, del odio, de nuestro pasado, siempre habrá que intentarlo... y salvarnos.