
Hoy desperté con la noticia de ocho columnas: "Deseo morir entre tus manos". Me pareció estúpida, ficticia, llena de una angustia que no te conocía, ¿ya no hay algo dentro de mi que merezca ser amado? Y me contestaste en silencio, con el deseo ahogado entre tus piernas y tus pezones sedientos -que aunque otro los invoque no son mis labios los que les susurran al oído su poesía-. Y me contestaste con una sonrisa segura, segura de nuestra única soledad, de aquella que invocamos entre mi consigna y el amor idealizado, llena de vacío y ansia por abrazarnos; esta soledad de noches contrastadas que tú has inventado -luciérnaga del abismo que existe entre dos enamorados-, bajo el pretexto de seducirme y mantenerme a un milímetro de tus labios de poetisa rebelde, de mujer acalorada, independiente y con ovarios en las palabras -quién como tú para fustigar mis caballos salvajes entre los prados de mi absurdo, quién como tú , para quién, hoy, no significo nada-. Es que en verdad, ¿no existe algo dentro de mi que aún merezca ser amado? No mis letras ni mi personaje taciturno que se vuelca desesperado renglón tras renglón, letra a letra, caricia a caricia... ¿Acaso no sigo siendo yo el mismo que guarda el boleto del tren de nuestro desvío, el de los durmientes plateados bajo la luz de la luna, el dueño de un destino sin final? Es que me desperté con la noticia y las manos sangrando, escurridas, cansadas de sí mismas -llevan años coleccionando plaquetas ajenas, y son más asesinas que las palabras que invocan para enamorar, me, te, nos-. ¿No entiendes? No te amo más ni menos de lo que me amas vos... somos tal para cual, no importa si aquí o allá... ¿No hay manera de que no te mueras, de que sigas viva y rezongando de esta existencia de mierda? ¡No ves que tu vida es más rica que la de muchos más! Y sé la respuesta, has de morir como mueren las heroínas tecnicolor de esta modernidad, en silencio, agazapada a tu pensamiento, como la vil ladrona que eres -hoy no sé si de mi corazón o de mi propia vida-. Dime, hoy a qué huelen las lágrimas sino a tu ausencia, a estas idiotas ganas de extrañarte y de pensarte de mil formas, al sudor de nuestra soledad de medias camas, de una charla jamás sacia, de un vino que no se atraganta, a partir el mundo para comérnoslo a cucharadas... ¿acaso no huelen al olor que me pusiste mientras eras mía bajo las sábanas de una de tus noches contrastadas? Dime sabes a qué huele un libro viejo... a nada, porque hoy termina esta historia recíproca, de idas y vueltas, de telarañas cruzadas por el vacío que hay en dos amantes que sólo escribieron pero jamás llegaron a nada... He pues aquí tu final: Yo seguiré escribiendo de aquellos sentimientos que se destrozan entre sí, y de vez en vez, regresaré a dejarme caer tres veces mientras cargo la cruz destino de mi propio calvario, ¿y vos? Me negarás tres veces antes de que llegue la mañana, venderás mi inspiración por una talega de 30 monedas de oro, y te ahorcarás sola en el árbol que tu misma inventaste -ya que de nada sirve la ausencia ante la presencia-. Y todo esto será recordado al tercer día cuando resucite en otros el sueño de escribir sobre la soledad acompañada, sobre lo repleto del vacío, sobre el infinito más pequeño, sobre tú y yo o sobre lo que no pudimos entender... ¿Se nos acabo la poesía o la vida misma? Hoy me desperté con la noticia de ocho columnas: "Deseo morir entre tus manos". Y mientras te veía tendida sobre la cama te di el único beso que podía haberte dado... aquel escrito en tu piel con tu propia sangre... Y no soy un asesino, ¡no! Sólo soy el amante de aquellas letras perdidas en tus entrañas... y que sólo dan a luz al final de estas noches contrastadas