Parece que al igual que en la literatura, el hombre en sus historias va forjando su misma vida...
*Jesús se agachó, en la cama, María yacía abierta de piernas y sudando en su abertura. El crucifijo pendía sobre la cabecera y el viento soplaba, entraba por la vieja ventana. Él sabía esa era la última vez que compartía su cama: ¡jamás se divorciaría! María sólo había sido un instante de placer, un momento para rejuvenecer, y fugaz, habría de desaparecer como el aire del corpus tras la ventana.
*Jesús se agachó, en la cama, María yacía abierta de piernas y sudando en su abertura. El crucifijo pendía sobre la cabecera y el viento soplaba, entraba por la vieja ventana. Él sentía la gracia de su amor por María, su Magdalena, único y real misterio del verbo hecho carne: el amor de hombre.
Caminó hacia la ventana, mientras recordaba el motivo de la segunda visita a su tierra, en su cabeza rebotaba la imagen de la cruz y la redención de los pecados de la humanidad: él era la última oportunidad de salvación sobre la tierra. Caminó tratando de olvidar el placer de la carne y el amor de su María, de su Magdalena. El marco empotrado sobre la pared era de buen tamaño, ¡podría saltar y que se fuera la humanidad a la mierda! ¡Podría quedarse entre los brazos de su amada y que se cayera el mundo! O podría esperar a ser entregado y muerto para redimir todos los pecados, inclusive aquel cometido entre las piernas de María… El viento sonaba como el aletear de las palomas blancas al anochecer, sus pies sobre la orilla y el vacío bajo él, era tan sencillo saltar, tomó impulso y decidió dar el último paso cuando escuchó a sus espaldas: — ¡Jesús, te amo profundamente! El crucifijo seguía colgado sobre la cabecera, y el viento soplaba, recorriendo el cuarto mientras entraba por la vieja ventana.
*Jesús se agachó, en la cama, María yacía abierta de piernas y sudando en su abertura. El crucifijo pendía sobre la cabecera y el viento soplaba, entraba por la vieja ventana. Él desapareció mientras María se recuperaba del orgasmo, y recordó las sensaciones olvidadas por su cuerpo, sus labios carnosos, su fuerte pecho y sus pezones túrgidos, sus manos firmes tras sus nalgas, el tamaño exacto de su verga. Entre abrió los ojos y vio el crucifijo mecerse por el influjo del viento, como aquel día de hace dos años en que Jesús decidera suicidarse… Entre abrió los ojos y recordó, todo había sido un sueño, le seguía extrañando. Se levantó para vestirse y una gota de semen se escurrió entre sus muslos.
*Jesús se agachó, en la cama, María yacía abierta de piernas y sudando en su abertura. El crucifijo pendía sobre la cabecera y el viento soplaba, entraba por la vieja ventana. Él recogió su vieja armadura, su protección en mil batallas, y se sintió menos hombre. Ella tocó su vientre mientras lloraba, sentía su semen quemándole las entrañas. Ella acarició su vientre, había gozado de este hombre aunque no fuera su hombre, había gozado de la fuerza de su animalidad, en esta, su noche de bodas: seguía pagando con creces los derechos de pernada, cobrados como hombre en vidas pasadas.
*Jesús se agachó, en la cama, María yacía abierta de piernas y sudando en su abertura. El crucifijo pendía sobre la cabecera y el viento soplaba, entraba por la vieja ventana. Él tomó de entre sus ropas la navaja y se acercó amenazante, ella no podía creerlo, ahogaba sus gritos en sollozos, temblaba de pánico, de coraje, de placer. Jesús puso el filo del arma entre sus piernas: el olor del miedo lo ponía firme.
María comenzó venirse, Jesús se revolcaba en las sábanas mojadas del tibio elixir de la vagina de María, mientras ella temblaba y se venía, él la acariciaba y eyaculaba, eyaculaba y la acariciaba. Agotado dejaba escurrir la baba por su boca, se levantó para tomar agua y sintió una pulsación sobre su bajo estómago : sin saber cómo la navaja, enterrada hasta la mitad del mango, perforaba su vientre.
*Jesús se agachó, en la cama, María yacía abierta de piernas y sudando en su abertura. El crucifijo pendía sobre la cabecera y el viento soplaba, entraba por la vieja ventana. Él que sabía de Dios y de los hombres, no sabía de amor. María le tomó de la mano y le llevó sobre su cuerpo y él, olvidando la creación, se dedicó a formar nuevos paraísos dentro de su vientre.
*Jesús se agachó, en la cama, María yacía abierta de piernas y sudando en su abertura. El crucifijo pendía sobre la cabecera y el viento soplaba, entraba por la vieja ventana. Él sentía la gracia de su amor por María, su Magdalena, único y real misterio del verbo hecho carne: el amor de hombre.
Caminó hacia la ventana, mientras recordaba el motivo de la segunda visita a su tierra, en su cabeza rebotaba la imagen de la cruz y la redención de los pecados de la humanidad: él era la última oportunidad de salvación sobre la tierra. Caminó tratando de olvidar el placer de la carne y el amor de su María, de su Magdalena. El marco empotrado sobre la pared era de buen tamaño, ¡podría saltar y que se fuera la humanidad a la mierda! ¡Podría quedarse entre los brazos de su amada y que se cayera el mundo! O podría esperar a ser entregado y muerto para redimir todos los pecados, inclusive aquel cometido entre las piernas de María… El viento sonaba como el aletear de las palomas blancas al anochecer, sus pies sobre la orilla y el vacío bajo él, era tan sencillo saltar, tomó impulso y decidió dar el último paso cuando escuchó a sus espaldas: — ¡Jesús, te amo profundamente! El crucifijo seguía colgado sobre la cabecera, y el viento soplaba, recorriendo el cuarto mientras entraba por la vieja ventana.
*Jesús se agachó, en la cama, María yacía abierta de piernas y sudando en su abertura. El crucifijo pendía sobre la cabecera y el viento soplaba, entraba por la vieja ventana. Él desapareció mientras María se recuperaba del orgasmo, y recordó las sensaciones olvidadas por su cuerpo, sus labios carnosos, su fuerte pecho y sus pezones túrgidos, sus manos firmes tras sus nalgas, el tamaño exacto de su verga. Entre abrió los ojos y vio el crucifijo mecerse por el influjo del viento, como aquel día de hace dos años en que Jesús decidera suicidarse… Entre abrió los ojos y recordó, todo había sido un sueño, le seguía extrañando. Se levantó para vestirse y una gota de semen se escurrió entre sus muslos.
*Jesús se agachó, en la cama, María yacía abierta de piernas y sudando en su abertura. El crucifijo pendía sobre la cabecera y el viento soplaba, entraba por la vieja ventana. Él recogió su vieja armadura, su protección en mil batallas, y se sintió menos hombre. Ella tocó su vientre mientras lloraba, sentía su semen quemándole las entrañas. Ella acarició su vientre, había gozado de este hombre aunque no fuera su hombre, había gozado de la fuerza de su animalidad, en esta, su noche de bodas: seguía pagando con creces los derechos de pernada, cobrados como hombre en vidas pasadas.
*Jesús se agachó, en la cama, María yacía abierta de piernas y sudando en su abertura. El crucifijo pendía sobre la cabecera y el viento soplaba, entraba por la vieja ventana. Él tomó de entre sus ropas la navaja y se acercó amenazante, ella no podía creerlo, ahogaba sus gritos en sollozos, temblaba de pánico, de coraje, de placer. Jesús puso el filo del arma entre sus piernas: el olor del miedo lo ponía firme.
María comenzó venirse, Jesús se revolcaba en las sábanas mojadas del tibio elixir de la vagina de María, mientras ella temblaba y se venía, él la acariciaba y eyaculaba, eyaculaba y la acariciaba. Agotado dejaba escurrir la baba por su boca, se levantó para tomar agua y sintió una pulsación sobre su bajo estómago : sin saber cómo la navaja, enterrada hasta la mitad del mango, perforaba su vientre.
*Jesús se agachó, en la cama, María yacía abierta de piernas y sudando en su abertura. El crucifijo pendía sobre la cabecera y el viento soplaba, entraba por la vieja ventana. Él que sabía de Dios y de los hombres, no sabía de amor. María le tomó de la mano y le llevó sobre su cuerpo y él, olvidando la creación, se dedicó a formar nuevos paraísos dentro de su vientre.
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