Hoy, queridos amigos, en esta noche tormentosa he de confesarles mi mayor defecto —y por consiguiente mi mayor virtud—. Y me abro en desahogo tal vez porque no tengo alguien más con quien platicar, o porque siempre es buena la opción de conversar con algún extraño —que ustedes sin serlo demasiado—, sirvan de confesor y devoradores de pecados.
Dejo pues, expuesto mi tórax deshuesado ante las palabras salpicadas de verdad, y sirva este ejercicio para devolverme lo que he perdido en el trayecto de esta vida implacable; y sin más, mía.
Me he preguntado miles de veces si existe mañana, si el vacío que me embarga será llenado, o de alguna forma removido de mis entrañas —y he tratado de responderme con vehemencia—. Y siempre llego a la conclusión de que no hay más en el futuro que el destino —esa parte de la existencia que nos tocó irremediable e impuesta—; he de afirmar que eso me llena de desesperanza, que la certeza del cambio se desvanece ante el irrefutable argumento: “Esto es lo que corresponde a mi vida.” Y sin doblar las manos, veo como se desparraman mis sueños líquidos por el suelo, bajo las plantas de mis pies —cruel metáfora: mi existencia sobre aquello que me da la vida—. Siempre me admiro de mi reacción inminente: la estupidez de hacer el intento por recoger en pócimas las quimeras vertidas, que cual fluidos de mi cuerpo son tragadas por el mundo. Justo en ese momento me debato entre la necesidad de pelear y salir corriendo al campo de batalla, o de darme por vencido en esta lucha sin tregua, sin bandera blanca, sin derecho a ser prisionero. Y me lamento, y me digo, y me hago, y me castigo, y me rebelo, mientras él sólo me dice: “Cada quien forma su propio destino.” Y caigo desarticulado, desadjetivado y siento que la vida se me va de largo.
Y recurro cual mendigo al amparo de su cuerpo —sí, al de ella—, y busco la fuerza en su mirada, el aliento prendido a su boca que sirva de bocanada, de ánimo, de esperanza, de valentía ante la nada. Y nada, debo aclarar que no es por ella, es por mí y este vacío que se me atraganta y en días me hace pensar y pensar y pensar, dejando de lado lo que siento y lo que quiero: ella es parte de mis más profundos sueños.
Y mi necedad me sobrepasa, ¿quién hay que no quiera lo que quiero? Sólo un momento de paz entre tanto desosiego. Lo juro ella es un anhelo, es la única habitante de mis sueños. Y podría morir, y muero por estar más allá de la existencia misma, sólo en el diario devenir de días rosas y grises, de miradas tordas llenas de amor y de cansancio, de caricias secas y de besos blandos, salvajes y atolondrados. ¡Y no puedo! No porque no quiera o no deba: sólo es que no puedo.
Ese amigos es parte de mi mayor pecado, el que a pesar de desearlo con el corazón y alma, hay que cosas que en la vida no puedo; no siempre lo puedo todo. Y la desesperanza se vuelve una soledad acompañada, apegada al concepto modernista del amor… y sólo pienso en que las cosas sean como quiero, como las deseo —y esto queridos amigos, es mi mayor virtud y defecto—: Ser un hombre apegado a sus sueños.Sea pues esta noche marcada en mi memoria como una noche de una confesión larga, de abrir los ojos y dejar escapar por ellos el alma: que si los sueños no son realidad, tal vez haga faltar luchar más por ellos…[aunque en ello se vaya la vida y los sueños queden incompletos].
Dejo pues, expuesto mi tórax deshuesado ante las palabras salpicadas de verdad, y sirva este ejercicio para devolverme lo que he perdido en el trayecto de esta vida implacable; y sin más, mía.
Me he preguntado miles de veces si existe mañana, si el vacío que me embarga será llenado, o de alguna forma removido de mis entrañas —y he tratado de responderme con vehemencia—. Y siempre llego a la conclusión de que no hay más en el futuro que el destino —esa parte de la existencia que nos tocó irremediable e impuesta—; he de afirmar que eso me llena de desesperanza, que la certeza del cambio se desvanece ante el irrefutable argumento: “Esto es lo que corresponde a mi vida.” Y sin doblar las manos, veo como se desparraman mis sueños líquidos por el suelo, bajo las plantas de mis pies —cruel metáfora: mi existencia sobre aquello que me da la vida—. Siempre me admiro de mi reacción inminente: la estupidez de hacer el intento por recoger en pócimas las quimeras vertidas, que cual fluidos de mi cuerpo son tragadas por el mundo. Justo en ese momento me debato entre la necesidad de pelear y salir corriendo al campo de batalla, o de darme por vencido en esta lucha sin tregua, sin bandera blanca, sin derecho a ser prisionero. Y me lamento, y me digo, y me hago, y me castigo, y me rebelo, mientras él sólo me dice: “Cada quien forma su propio destino.” Y caigo desarticulado, desadjetivado y siento que la vida se me va de largo.
Y recurro cual mendigo al amparo de su cuerpo —sí, al de ella—, y busco la fuerza en su mirada, el aliento prendido a su boca que sirva de bocanada, de ánimo, de esperanza, de valentía ante la nada. Y nada, debo aclarar que no es por ella, es por mí y este vacío que se me atraganta y en días me hace pensar y pensar y pensar, dejando de lado lo que siento y lo que quiero: ella es parte de mis más profundos sueños.
Y mi necedad me sobrepasa, ¿quién hay que no quiera lo que quiero? Sólo un momento de paz entre tanto desosiego. Lo juro ella es un anhelo, es la única habitante de mis sueños. Y podría morir, y muero por estar más allá de la existencia misma, sólo en el diario devenir de días rosas y grises, de miradas tordas llenas de amor y de cansancio, de caricias secas y de besos blandos, salvajes y atolondrados. ¡Y no puedo! No porque no quiera o no deba: sólo es que no puedo.
Ese amigos es parte de mi mayor pecado, el que a pesar de desearlo con el corazón y alma, hay que cosas que en la vida no puedo; no siempre lo puedo todo. Y la desesperanza se vuelve una soledad acompañada, apegada al concepto modernista del amor… y sólo pienso en que las cosas sean como quiero, como las deseo —y esto queridos amigos, es mi mayor virtud y defecto—: Ser un hombre apegado a sus sueños.Sea pues esta noche marcada en mi memoria como una noche de una confesión larga, de abrir los ojos y dejar escapar por ellos el alma: que si los sueños no son realidad, tal vez haga faltar luchar más por ellos…[aunque en ello se vaya la vida y los sueños queden incompletos].
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