No es de noche, y mi armadura de sal se ha descompuesto por completo: hoy sólo tengo la sal de mis historias que se debaten por seguir existiendo en este mundo de fantásticos sueños. Hay que cosas que no deseo y sin embargo las tengo: como la maldición de las letras que fustiga a las lunas menguantes de mis dedos, el calor de la distancia y este letargo que me produce el extrañarte sabiéndote el único amor de mi vida [no puedo evitarlo, te amo demasiado como para tan sólo pensar en olvidarte un momento de mi día]. Hay cosas que deseo y no tengo: la fragancia de tu cuerpo a la orilla de la cama, nuestros abrazos de seres mitológicos en perfecta simetría, tu semblante al despertar de sus quimeras y mi sentimiento agradecido por tenerte viva, y esperando la odisea de un nuevo día [¿Cuanto amor cabe en una noche para apuñalar certeramente a la tristeza? -Todo-].
Hay cosas que saltan a la vista y a las letras, hay vidas, sólo existencias que se rodean a si mismas para seguir existiendo en un interminable círculo, lleno de niveles y de falibles infinitos. Hay momentos que lejos de pernoctar nos mantienen de pie, con el fuelle de oxígeno suficiente para no olvidarnos. Hay instantes para reptar tras la manzana, para matar al hermano que habita en el espejo, para alzarse al paraíso como ser divino, siguiendo el impulso de tu vientre y la delicia del orgasmo... hay días de padres y madres, de hijos y de hermanos, de todos; pero siempre sorprende que sin importar nada puedan ser reducidos a días de dos, de sólo dos enamorados.
[¿Qué puedo hacer si eres todo, absolutamente todo lo que hay en mi? Si eres la promesa de una nueva vida, donde puedo seguir siendo yo...]
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