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jueves, 9 de julio de 2009

La vía de la inspiración


Él siempre se tendía a mirar las estrellas en la vía del tren de Alameda; se sentía otro, le parecía fantástico soñar despierto sobre los durmientes. Él palpitaba a la par de sus anhelos y su imaginación, miles de veces se había pensado águila liberta, o moneda manoseada, o lámpara que alumbraba las letras leídas por otro, y desperdigadas por algún poeta muerto. Sus ilusiones le mataban a diario, le evocaban las viejas palabras de un amigo: "Nadie nos advirtió que vivir doliera tanto".

Pero todo desaparecía cuando acostado sobre los rieles dejaba su mente volar de un lado a otro, se imaginaba el guardagujas de los trenes del sino -de seguro lo había leído en algún lado-, creía firmemente que esas vías llegaban a ningún lado y que cada viajero seguía por error, desmadre o una profunda consciencia el camino de su destino -por eso le aterraba comprar los boletos en la terminal, siempre esperaba que al comprar los boletos para Chile o Buenos Aires alguien le entregaría los ticketes de su propio destino-. Por eso miraba las estrellas, sabía que su destino estaba por ellas resguardado, en algún lugar del cosmos, escondido en la esquina de la vía láctea. Su amigo siempre había tenido la razón: "Sólo un estúpido sueña con las estrellas, y un hombre se hace su lugar en ellas".

Le encantaba escuchar el sonido de la locomotora colándose entre los fragmentos de tierra, ese sonido le sonaba como su corazón, siempre de prisa, lleno de desasosiego y a la vez de esperanza. Siempre percibía el acercarse del tren por esas vibraciones, y su cuerpo temblaba, se movía en sus entrañas hasta despertar instintos muertos, evocaciones e ingenuidades; y esperaba al último momento para verle pasar de lado, cerca de su cara. Por alguna extraña circunstancia su vida estaba ligada a esas vías -y nada tenía que ver que viviera cerca, a una veintena de cuadras-, era su terapia, su guarida, su salida. Llegaba cada noche con la mente abotagada, llena de problemas y de inconstancias; y después de ver pasar el tren se cargaba miles de historias en su mente, en la bolsa de los pantalones, en cada punta del cabello hasta en su espalda. Desesperado llegaba a guardarlas sobre viejos papeles amarillos -antes blancos, con la edad todos cambiamos de color como de calzones o costumbres-,  y las lunas de sus dedos se encendían en cuartos de letra, oraciones llenas y menguantes hasta dejar plasmada sus vivencias a través de cada vagón con destino cierto e incierto a la vez. Así fue como supo de las viejas historias que sólo son heredadas al que guarda las vías y los durmientes, supo de los viejos idilios como el de las mariposas y las hormigas: 


(… Hay marcas indestructibles aún para el tiempo, y en sus vidas siempre ha existido la eterna búsqueda. A finales del siglo XIX, viajaron juntos por la red ferroviaria de Alameda, durante el trayecto, ella leía sobre la química del amor y de sus apreciaciones tanto poéticas como científicas. Se preguntaba cómo era posible que en todas las culturas aparecieran las mariposas como símbolo del enamoramiento, hacía conjeturas, pensaba que tal reflexión tenía su base en la observación de la metamorfosis que sufría tan admirable insecto, o con la sensación que producía el caminar entre cientos de ellas. Anotaba para su proyecto de tesis. Tan inmersa estaba en su trabajo que no se percató que era objeto del deleite visual de uno de sus compañeros de viaje, que absorto, se perdía en las miles de figuras formadas por los pliegues de su cuello y el nacimiento de sus senos.


Él imaginaba que en el pecho de ella había un mensaje escrito, que sus pecas y lunares formaban una hilera de hormigas trabajando en alguna herida de su corazón, veía con ilusión como el escote se movía a la par del golpeteo de las ruedas sobre los durmientes de la vía. Veía la imagen de cada una de esas vigas soñando despiertas y dibujando en ese apartado la silueta de esa mujer que le parecía hermosa e interesante. Ella continuaba anotando sobre dibujos de diferentes mariposas. Un movimiento brusco le hizo alzar la vista y por un momento reparo en aquel hombre de labios carnosos y manos amplias que se movían con fluidez sobre el papel, ella podía sentir la caricia del carboncillo sobre el papel y, por un segundo, deseó fundirse entre las manos de aquel extraño y el papel. El anuncio de la próxima estación lo puso de pie para recoger su maletín. Ella se preguntaba si el amor podía comenzar como una suave brisa sobre el rostro. El ferrocarril se detuvo y aquel hombre salió del compartimiento número 3 cargando su abrigo y el maletín. Ella sentía vibrar su cuerpo. Se abrazó. Al bajar la vista percibió el papel abandonado por su compañero de viaje, lo tomó y se levantó de prisa para tratar de alcanzarlo:

— ¡Oiga, espere! ¡Espere!

Recorrió el pasillo y junto a la puerta abierta experimentó el movimiento del vagón, se acercó a la orilla de la escalerilla y vio sobre el andén a ese hombre que palideció al mirar, fugazmente, la profundidad de esos hermosos ojos cafés. Ella extendía el papel con su mano. Demasiado tarde. Él se quedó congelado sobre el andén y ella caminó cabizbaja hasta su lugar, no entendía aquello que se había sucedido, en especial esa desesperación por verle una vez más.


Una vez en su asiento leyó el papel que decía:

Ella es como un sueño de este tren viajero y vagabundo, sobre su pecho hay un sendero que recorre una fila de hormigas y estoy seguro lleva a su corazón. Por un pequeño lapso desearía recorrer tal camino y saber de que esta hecha, a lo mejor allí adentro hay un poco de amor…


Ella continuó su viaje que le llevaba a Alemania. Sus anotaciones sirvieron años después para encontrar a las mensajeras del amor, las feromonas... )


Algunas cosas le parecían muy raras y más después de terminar de escribirlas, pero entendía que por alguna razón aparecían en relación con el tren de sus sueños despiertos, y que por alguna razón los escribía, dejando de lado aún su propia vida, como en aquella relación de paciencia y espera:


( ... Él se despertó una mañana y corrió a sentarse en la única banca de la estación ferroviaria, tranquilo miró pasar los vagones y los paseantes, el caminar ondulante de las maletas y las decidías de los viajes de negocios. Observó los abrazos largos y los besos de despedida, los detalló en su mente, guardó con cuidado los detalles de la ropa y las últimas caricias de los amantes -de los furtivos y de los que pagan peaje-. Sacó una libreta y apuntó los horarios y destinos, aprendió de memoria los detalles. Dejó pasarlas horas mientras comía una chapata de serrano y judías. Al cierre de estación, se levantó con calma y fue a casa.

Al llegar la mañana, ya estaba dispuesto sobre la banca, siempre atento,  no dejaba de observar ningún detalle, no perdía un segundo sin saber lo que ocurría desde la compra del boleto hasta la espera en el andén era escudriñados, y sólo los momentos relevantes los anotaba en el papel y lo demás lo confiaba a su memoria. Día a día se iba y volvía para sentarse en aquella banca. Extrañados los trabajadores de la estación le veían como parte del paisaje de la estación y si alguien le preguntaba qué hacía solo respondía: "Espero un sueño".

Las horas pasaron, siguiendo el paso de los días, esto a su vez de las estaciones; y tras las primaveras se escaparon los años, y él esperaba sentado pacientemente a que apareciera su sueño. Poco a poco la oxidación producida por la vida fue tiñendo su pelo negro de blanco, y cada vez le era más difícil llegar a la estación o levantarse de su amada banca, de verdad ahora era parte de la vida ferroviaria, y todos habían llegado a quererle por sus buenas costumbres y gestos -cuando el choque del '45 había arriesgado su vida entrando por entre los fierros retorcidos para salvar a muchas personas, y en la ocasión en que Liborio, el guardagujas cayó desmayado por insuficiencia de insulina, él corrió para hacer el cambio de vías salvando la estación y parte de la ciudad: uno de los vagones venía cargado de explosivos para las obras del Río de la Plata-.

Al cierre de un 13 de diciembre de 1972, el vigía se acercó para despertarle, el ahora anciano hacía horas que había quedado dormido recargado sobre la banca; al azuzarlo se percató de la dulce sonrisa que mostraba su rostro: "Vamos despierte es hora de cerrar". Él estaba muerto. Llegó la ambulancia y el ministerio público para dar fe del hecho, y al momento de levantar el acta preguntó si debía redactar que el hombre murió esperando un sueño, al que le respondió el vigía: "Sólo que se refiera al sueño de la eternidad").


Una mañana de lunes, después de haber pasado casi toda la noche escribiendo, se despertó y preparó su desayuno; corrió por el periódico tenía la costumbre de leer mientras comía, camino despacio hasta sentarse en su única silla frente al único tablón que le servía de mesa, tomó el jugo de naranja tranquilo hasta desdoblar El Jornal, no pudo evitar soltar una lágrima cuando leyó a ocho columnas: VIERNES: ÚLTIMO VIAJE DEL TREN DE PARAJE. No podía creer lo que leía su locomotora inspiradora sería dada de baja por el uso del carromato suburbano. Se vistió como pudo y caminó hasta la estación, se sobre puso a su miedo y compró su boleto para la corrida terminal. Fue corriendo a su trabajo y pidió a su jefe lo corriera bajo la promesa de aceptar cualquier liquidación, y con la única condición que le fuera entregada de inmediato -alegó un grave problema familiar por el cual debía cambiar de residencia-. Su jefe se compadeció de él y aceptó. Los próximos días remató sus pocas pertenencias con el único fin de llevar efectivo para el viaje. Sus amigos aprovecharon la necesidad para hacerse de buenos compactos y libros; y él sentía que todo lo perdía; pero debía viajar.


Al llegar a estación del tren se sintió estúpido siguiendo sus instintos y arrebatos, pero ya todo estaba listo para su viaje sin razón... Se detuvo por un momento y observó  los abrazos largos y los besos de despedida, los detalló en su mente, guardó con cuidado los detalles de la ropa y las últimas caricias de los amantes -de los furtivos y de los que pagan peaje-. Miró tras los ventanales y pudo ver a unos niños moviendo la mano en señal de adiós, y recordó el viaje donde su padre perdió la vida; una lágrima cayó por su mejilla hasta dejar la marca sobre el andén. Estaba en sus cavilaciones cuando se percató de aquel viejo anciano sentado sobre la única banca de la estación.

"Llego el momento de abordar".

Escuchó, cogió su morral y dio los primeros pasos en el vagón de segunda, mentalmente se despedía de sus viejos durmientes, de sus sueños nocturnos y de sus historias chaladas, de está que durante años había sido su única salida -sin ellos se habría vuelto loco o un cualquiera-, le costaba trabajo respirar y aspirar a un futuro mejor. Bajó la mirada y durmió unas horas. Al despertar sus ojos fueron recibido por la sonrisa de su compañera de viaje:

- ¿Hacía dónde vas? -le preguntó risueña.

- Hasta el final -respondió limpiándose las lagañas de los ojos.

- Yo también.

Él la miró y pudo ver las pecas y lunares nacientes de su pecho como si fueran una fila de hormigas llevando un mensaje escrito que sólo era visible para él.

- ¿Vas a trabajar o de visita?

- Voy de espera -dijo sonriendo.

- ¿De espera? - replicó extrañada.

- Sí, de espera de un sueño. 

Ambos rieron, y él entendió que la inspiración siempre llega de maneras poco ordinarias.


Epílogo

El mensaje que sólo él podía leer decía: "Necesito que tú me ames".

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Ilustraciones de Alma de Juguete por: Enrique Zaragoza

Este soy yo...

DE MI han dicho...Nació envuelto en la terrible sospecha del ser humano —él siempre quiso ser árbol, águila o imagen tras el espejo— un 13 de diciembre de 1972, en la ciudad más avasallante y más hermosa del mundo: el Distrito Federal.Desde pequeño creció con lunas en los dedos e ideas itinerantes colgando del cabello, ávido lector de tiras cómicas y de cuentos infantiles permitió a los seres mágicos, divinos y leviatanes arrullarse en su cama tras el profundo canto de las sirenas.Creció, y mientras decidía que hacer de su vida, en cada luna llena besaba las almohadas imaginando al amor de su vida. Por fin, una mañana decidió estudiar derecho, algo que le salió muy chueco porque abandonó la carrera para estudiar periodismo, dando por concluidos tales estudios en el PART, a la vez que rocanroleaba como oso en brama tras una batería.Años más tarde decidió llevar la música en sus adentros y trabajo como negro en la redacción del departamento de cultura de Radio Educación (de vez en cuando se aventaba un palomazo como productor del programa “Su casa y otros viajes”), todo esto sucedía mientras estudiaba un diplomado de Literatura y Periodismo en Casa LAMM. Las letras —aún las de pago— siempre le han perseguido, al igual que la radio, por tanto, trabajo como productor de la serie “Impulso Humano” en Radio Universidad, no sin antes pasar por la Subdirección de Logística Informativa del GDF, algunas agencias de publicidad y la coordinación de medios de IH, A.C.Por fin, el 12 de noviembre del 2005, su destino le alcanzó y se puso a escribir como secretaria ejecutiva después de una huelga, y dio a luz a varios chamacos, y con el único fin de darle de comer a su prole, actualmente se dedica al desarrollo de documentación administrativa para diferentes empresas y alguno que otro trabajo de producción en audio (es cierto, en México vivir de las letras, que no sean de pago, está de la China Hada).Por cierto, el nombre de sus chamacos son:* El eterno idilio entre las mariposas y las hormigas, 2007.* La caída de la luna, 2006. Noveleta rosa.* Alma de juguete (anhelos para el niño que nunca debiéramos olvidar), 2006. Cuentos ¿infantiles?* Egomanias y la Llantitos (cuento – lógia), 2006. Recopilación de 20 años de cuentos darkys y existenciales.La mayor parte de las veces me llaman ¡Hijo de la chingada! ¡o de tu madre!, bueno, la mía... aunque últimamente me he aficionado a ese término tan común y que sólo me sabe si proviene de sus labios y que juntos creemos es para toda la vida (chance y para algunas más).En fin, que de mi la gente puede decir todo y a la vez nada, tengo muchos nombres, lo cierto es que tengo buen corazón aunque lo disfrace de mil y un calamidades...

Rolas de la banda "Nívola_Cría Cuervos" (Quintanar/Vargas/ Cruz)