
Mientras recorría con sus manos su tersa piel blanquecina le recitaba poemas aprendidos en su vida, y olvidados en el cuarto de su memoria. Sus dedos se hincaban al paso de las coyunturas y recordaba cada conjunción dicha: "Y si estuvieras cerca, verías lo que ven mis ojos cuando te miran. E irremediable, seguiría el estremecimiento entre mis brazos, o te sentirías dispuesta a recibir las perlas de amor que a veces tiro a los cuervos con la esperanza de tenerte". Seguía consternado el camino de cada textura impregnada en sus relieves: humedecía los labios para rozar lúbrico su seno, transpirando deseo hasta llegar a sus cumbres expuestas a la intemperie. Su respiración agitada golpeaba los pezones en una brisa exótica llena de lujuria -buscaba despertar en ella los sentimientos más dulces y robarle el alma a través de sus mamas-. Seguía a paso firme por sus muslos no sin antes restregar el pene entre sus nalgas y sentir la tensión de su bajo espalda. Se entretenía con movimientos circulares, yendo y viniendo, atrás y adelante hasta caer en hinojos de cara a su vulva, salivando como animal salvaje e implorando mientras musitaba: "Entre tus piernas el fin del mundo y el inicio de mi jornada, el Leteo y la gracia de mi memoria, el numen liberador y el albedrío de seguir viviendo; no importa si penando, o si riendo, si ahogándome de soledad en tu oquedad humedecida por las horas de tus días. De entre tus piernas la ephaedra y la piedra filosofal; la que transforma en amor la vacuidad. Sobre tu vulva el deseo vuelto carne y el destello de la luna que penetra gustoso en tu agudo ventanal". Le hablaba para borrar los estigmas de sus antiguos amantes que él le había inventado, porque ella nada le decía. Le hablaba para doblegar su mente y despertar la memoria de la carne, la quería arrodillada; no para humillarla sino para que ella enamorada bajara a su nivel: era su diosa de piel nívea, su absurda reina tirana.
Y seguía sobre su cuerpo hasta entrada la noche, acariciando y recitando, hablando; moldeando con sus manos y oraciones, su cuerpo perfecto, su mente despierta, su alma inmolada entre las letras de un terco poeta que la vestía de lunas y planetas, sólo para desnudarla después y cubrirla de metáforas y sinécdoques; para hacerle el amor y volar flotando como aeroplano vengador del ser mortal sobre su divinidad. Y seguía sobre su cuerpo mientras las estrellas desfasadas alumbraban el camino de la distancia que hay entre dos que se aman y se sueñan de ideas cortas y de poesías largas. Y seguía sobre ella para darle el calor que hay en la cara oculta del corazón donde los amantes se adoran bajo la crueldad del verdadero amor...
Siempre seguía sobre ella hasta que llegaba la luz pasada de la medianía de la noche, y la razón despertaba del letargo de su inconsciente y consternado se vestía despacio a la vez que la observaba tendida, desnuda, hambrienta, llena del deseo que él, tan humano y tan mortal jamás podría saciar. Tierno se acercaba para despedirse con un beso sobre sus labios fríos. Salía sin hacer ruido, sin romper la quietud de la noche mientras unas ideas le daban vuelta: "Si yo fuera de piedra, ¿tus manos me esculpirían a mi imagen y semejanza? ¿Sería yo el amor de tu vida?"
Triste y melancólico encendía un cigarro y caminaba para esperar el amanecer de un nuevo día, tal vez el día de cuando la piedra venga a la vida.
Dedicado a todos aquellos que inmutables crean en su mente la real fantasía de un verdadero amor.
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