Sólo la veo pasar con sus facciones finas y su cuerpo irradiando tentación, camina despreocupada, con su cabello rozándole la espalda. Escucho el ir y venir de sus tacones golpeando el piso: ¡taz! ¡Taz! ¡Clac! Se mueve como una serpiente, se mueve zigzagueante, reptante, esperando el momento para seducir a cualquier incauto con sus encantos de mujer altamente sensual -su sexualidad desborda y es inversamente proporcional a su estatura-. Su cabello encarnado y ondulado, su cuello fino predispuesto a trazar sobre su tórax -desafiando a la gravedad- un perfecto par de tetas -que en días-, se esculpen al roce de sus manos, cuando descuidada en la monotonía, las carga con la palma de la mano sin otro fin que la cachondería o el acomodo de su sostén. Cuántas veces la he observado pararse frente al muro o a la orilla de su escritorio, apurada, balanceando su cadera adelante y atrás para alcanzar algo sobre la repisa, o cualquier cosa en el estante. Estoy seguro que mis brazos podrían cerrarse alrededor de su cintura sin ningún obstáculo, y mis dedos podrían hurgar sobre su vientre hasta alcanzarle su entrepierna, mientras las yemas sedientas, enredadas en la yerbera de su pubis, abrirían sus fauces para beber del manantial de su oquedad.
¿Cuántas veces me he tragado mis palabras queriendo hablarle? Sólo la veo venir y se forma una barricada en la garganta con el ¡hola! ¿Cómo has estado? Miles de saludos y ni una palabra se forma entre el espacio de la boca y mis labios... Por eso aquella, Lorena, la de Motolinia, terminó cediéndome sus palabras de poetiza desconocida, acalorada, llena del amor prófugo entre sus labios:
"Sí, entre tus labios
se teje el deseo y la vida,
con la seda de la letras mías,
con el áspero incubado de los cambios,
lejos de mis brazos,
cerca de aquellos que mueren por la carne y por tus senos,
mientras yo fallezco si te miento:
¿Cuánto deseo hay en mi cuerpo encerrado?
¿Cuánto deseo me provoca tu cuerpo enmarañado, tan osado, tan perfecto?"
Ella me mira estupefacta -no Lorena-, ésta, que se sabe deseada y perfuma con hormonas los pasillos de estos cuartos, ella, la caliente de sus años, la perfecta sombra de la lujuria encadenada con la ristra de sus sensaciones y sus anhelos. Dejé el poema sobre su Laptop pidiéndole esperara tras la salida, le firmé como un sincero admirador. Acompañé el escrito con un dulce en forma de corazón relleno de coolie de fresa...
Mientras el día proseguía, en su curso, le miraba expectante, tratando de descifrar en los ojos o en los movimientos de sus compañeros, algún rasgo de nerviosismo que les delatara, pero nada. Yo no me inmutaba ni por un segundo, pero siempre que podía le observaba desnudándole con la mente, me sabía los pliegues de cuerpo, las cicatrices de su infancia marcando las rodillas, los pequeños grumos de grasa bajo nalga por el paso de la edad, el vello crespo alrededor de su vulva, sus pezones redondos y bien formados cual corolas de las flores de ornato más bellas y de fragantes tintes.
En un descuido me escondí bajo el escritorio, y esperé pacientemente a que uno a otro, todos menos ella, fueran desapareciendo de la oficina. Cuando decidí salir, escuché abrirse la puerta de la oficina:
- ¿Eres tú? -preguntó azorada, mientras su cabello caía lentamente sobre su pecho.
- Sí.
De puntillas, con los brazos haciendo círculo se colgó del cuello, y sin dejar aliento en las palabras se fundió en un beso prolongado, que en su existencia le aceleraba el corazón y a mi la respiración. Sus manos fueron relajándose hasta volverse una caricia sobre el cuerpo, su cintura y sus nalgas se vieron invadidas por el tacto, en la búsqueda consciente de alcanzarse la mitad de ella... mujer prodigiosa de sangre hirviendo, pensamientos conversos en la herejía misma de la avidez y la lubricia. Podía ver sus botones blandir ensoberbecidos la bandera del amor carnal aconsejado por el diablo mismo, y a sus senos temblar en cada fuelle de oxígeno... Yo seguía agitado en mi respiración, mientras imaginaba cientos de palabras -aquellas que me había robado- sobre su cuerpo: éxtasis, seducción, hambre, pertenencia, cogedera, nido, amantes líquidos, ácidas palabras, necesidad. Cada una iban cayendo hasta adherirse a sus ropas o a su piel -adoraba los vellos sobre sus brazos-. Todo era perfecto hasta que irremediable una frase recorrió el camino desde su alma hasta salir por su garganta:
-¡Me encantas Pedro!
Todo había sido en vano... esperé paciente a que terminaran sus jugueteos enamorados... se despidieron fuera del elevador... Seguí sus pasos, silencioso le alcance fuera del coche y le clave un exacto en la base del cuello. Se desvaneció como los cerdos en el matadero...
Horas después el camino -que recorrieron las caricias sobre su cuerpo- permanecía pelado, sin pellejo. La luna se filtraba por los tragaluces de la orilla y yo disfrutaba el suave sabor de sus lisonjas, abandonadas sobre su piélago.
Él, Pedro, jamás llegaría a casa, no se aprendería de memoria las palabras -que tiernas-enamoran a las mujeres, las que llenan las hojas en blanco, con las que juegas el scrabble de la vida y de aquellas, numen de la permanencia del sentimiento a flor de piel... a ras de piel...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario