Y me pregunto -insensato-, si mi lengua provoca estertores en tu mundo, mientras navega silenciosa, recogiendo las palabras que mis manos han sembrado en el prado de tu vientre, cosecha de frutos prohibidos a la luz de la razón común -todo se hace prohibido cuando no se tiene-.
Justo cuando muere el día, y se cae a pedazos la vida, cuestiono si es que hay una salida, señal de fuga en el destino, pregunta de selección múltiple: es el devenir de la olas que recorre nuestras ansias en cada luna llena, es el viento de mitad de año que cambia nuestras direcciones y juega con el azar a ponernos frente a frente, o es sólo la memoria de la piel que nos recorre en la caída, entre acantilados profundos e interminables, de cuando nos abrazarnos hasta enterrarnos las uñas en la espalda -siempre he pensado que hurgamos bajo la piel para buscar al ángel que creemos que somos-.
Escuchas nuestra respiración cortada por las voces del deseo, aquellas que susurran hirviendo la sangre bajo la piel, y ocultando la humanidad que -a pocas montas- aún tenemos. Y es que al roce de las caricias van saliendo los demonios y leviatanes que hemos alimentado con las yemas de los dedos, como libros prohibidos nos vamos deshojando, a la vez que los seres de nuestras pesadillas nos van abandonando, y aparece tétrico el paraíso que una vez entre sueños nos forjamos: ¿Será un sueño abrupto todo aquello que nos fuimos inventando?
Y lo pienso, mientras atado a la cama, veo perplejo el acto desnudo de tu cuerpo, continente descubierto, paisaje intacto e indeleble al paso del tiempo. Y me sorprendo si es que nos hemos creado, como se hacen las historias en la mente endiablada de algún escribano, que siempre lleno de lunas se vierte y maquilla su diario, se extrae de si para olvidarse luego, brincando abismos de países lejanos, blandiendo espadas y volando a espaldas de sus diablos: dragones de fuego, blasones de todo lo mundano.
Y me admiro si es que nos hemos inventando, fingiendo olvido, haciendo de la costumbre lo convenido, de ignorarnos y llamarnos, de escondernos en las sombra de nuestro destino, de mirarnos ciegos y adoloridos, de amarnos presas de los más bajos instintos... de crearnos más allá de cada espacio, de las agujas del tiempo, del mismo pecado de estar vivos. Y si es que nos creamos, ¿en dónde están los otros que nos sueñan despiertos o dormidos? ¿Se conocen? ¿Están vivos? ¿O sólo viven a través de cada uno de nuestros encuentros furtivos? Están vivos... estamos vivos...
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