“Te regalo la sal de mis historias, te comparto mi fuerza y mi debilidad, te muestro el cielo al que también llamamos gloria, te regalo mi voz mi libertad… Te comparto mi humana condición, te llevo más allá del límite y medida…”
—Fragmento de Mi playa de Ely Guerra—
Llegamos. Un camino de flores te llevaba hasta la orilla de la cama, recogiste una a una las flores, eran gerberas. En la entrada, la botella de vino se enfriaba, un plato de frutas y por primera vez, un jarrón lleno de tulipanes. La sorpresa principal, hasta para mi lo era, el chocolate líquido, había pedido un platón de chocolates.
El botones se fue cerrando tras de si la puerta. Los dos llamamos a nuestros padres para avisar que estábamos bien. Nos sentamos para abrir la botella de vino y probar el kiwi, durazno, plátano y fresas: la mezcla de los sabores, el vino y el chocolate era el preámbulo de la sensualidad que se desencadenaría.
La plática fue de lo más delicioso. No podía más. Moví la silla para quedar frente a ti, nos besamos con la incertidumbre de nuestros cuerpos. No podías más. La inercia era caer en la cama, nos paramos mientras me desvestías y yo intentaba no soltar tu boca, y la tersura de tus labios que siempre me han cautivado. Todo estorbaba, los pantalones, el celular, la camisa, la blusa. Por aquí, por allá, cerca de la cama, lejos, no importaba. Terminamos desnudos, entregados directamente… yo sabía exactamente donde tocar, es como si ya te conociera… sin reservas, deseábamos entregarnos al calor de nuestros cuerpos, recorrí tu cuerpo de la punta de tu oreja, pasando por el cuello, deteniéndome en cada uno de tus botones mientras mis manos te recorrían suaves, deleitándose con cada uno de tus montes, no paré hasta llegar al valle de tu cuerpo. Me moría por olerte, por saber a qué sabes por dentro y me prodigué a las delicias de humedecer mi boca entre tus piernas, no es mentira, eres de agua. Sentía el desliz de mi lengua hurgando entre los aromas de tu flor, buscando tu pistilo, orillándolo al abismo del placer.
Tus manos me jalaron, mostrándome el camino que lleva al paraíso de tus piernas abiertas, a la entrada de tu mundo de agua. Me sumergí por primera vez entre tus olas y sentí el estremecimiento de mi cuerpo entre tus prados marinos. Tu boca se entre abrió pidiendo el silencio de tu lenguaje, de nuestro lenguaje corporal. Tus ojos me preguntaban que era aquello que sentías, sólo el vaivén de nuestras caderas te respondía. Me empujabas a tu cuerpo. Flotaba en tus aguas deseosas, ardientes, adentro, afuera, hasta que rompió tu marea en mi playa. Lo supe por el estremecimiento de tu cuerpo, sensual y caliente, y por el goce de la orgía de nuestros sentidos.
Decidiste cabalgar en mi playa, mis arenas se espigaban ante la insinuación de tu peso sobre ellas, se endurecían para mitigar su sed en tu oleaje, ir y venir, despacio, lento. Sentía que la marea subía hasta rozar nuestros cuerpos y mis manos se apretaron a tu asiento, una ventisca levanto la tierra. La playa se perdía por la crecida de tus aguas. En un segundo cayó la luna por segunda vez y nos bañó de deseo y de placer, orillados a hacer de dos uno y mecernos entre besos y caricias, llenando el espacio que hay entre nuestros cuerpos con la sal de nuestros humores, con nuestro nombre pegado en los labios, y un te amo bajo el brazo y un poco más abajo.
Al otro día conoceríamos que aún en el amor, siempre hay más…como hasta hoy… Desde siempre, sólo hace falta que los dos vayamos por más…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario