"No existe alguien en el mundo que olvide las palabras dichas desde la parte oscura del corazón". Le dije antes de colgar el teléfono, sentía que la vida se me escapaba en cada respiración, mientras los papeles eran arrastrados por una ventisca llena de dolor y desesperación: el viento, al igual que yo quería olvidar. Algunos años habían pasado desde la última vez que visitara los rincones perdidos de su alma, cientos de letras desperdigadas, sin más sentido que lo sublime de su existencia: siempre escribía porque su destino era escribir, y hacerse transparente, no ante los ojos de los demás sino ante su propia imagen. Recorría con sus oraciones miles de lugares, llenándolos de olvido, pintándolos de nada, atiborrándolos de esa soledad inventada por su mente... No quería nada que no hubiese querido hasta sangrar, creía firmemente que tenía lunas en los dedos -alguna vez me confesó que esa idea la había leído de cuando su niñez, y desde entonces la hizo suya, la hizo realidad-. Sus ideas eran más que una locura, eran las gafas tras las cuales miraba la vida pasar, haciéndole caravanas de imposibilidades, de adioses, de cuerpos enterrados en el deseo, de la naciente conspiración en su mente: "sólo hay un amor en la vida, sólo uno y yo he de encontrarlo." Sus días luminosos eran negros y pardos, ocultaba el sol con un dedo y sembraba sueños, no aquellos grandiosos, le encantaban los sueños rotos de semilla quebrada, las quimeras a punto de cristal, de frutos rechonchos y frágiles... En cada temporal recogía un sueño sólo para convertirlo en un anhelo, su cosecha era pequeña, lo era tanto que le pensaban egoista y loco -y lo estaba, sólo que de tan solo nunca se había dado cuenta-. Un día supo por un murmullo de ultratumba que debía recoger las letras que los demás tiraban en sus ratos de pendejismo o liviandad, y le preocupaba que los demás se tragaran sus palabras -un buscador de letras sólo quiere encontrarlas para hacer palabras, de ahí lo cruel de tal acción-. Diario imaginaba que el mundo rotaba alrededor del sol, que la vida seguía implacable los senderos del destino, y que en el mundo había señales de tal persecusión; las veía en la metamorfosis de las mariposas, en la hormigas haciendo fila cargando letras sobre su lomo, en el hueco que la luna dejaba en su caída libre -varias veces intento raptar la luna escondiéndola en su cuarto, pero la luminosidad eran tal que duraba días sin dormir y la vigilia mermaba su salud hasta casi llevarlo a la tumba-. Siempre estaba a la espera de alguna nueva señal que la existencia le diera de su propia existencia: a veces soñaba que vivía en un sueño y despertaba soñado. A lo mejor y por eso adoraba las noches porque en ellas se permitía todo hasta olvidarse de sí mismo... Y esta noche, después de intentar seducirlo con la idea de mostrarle su destino quedamos de vernos en aquel viejo parque de kiosko, jardineras y gente pasando de largo -al igual que la vida-, juro que estaba entusiasmado con la idea, prometió venir con su mejores galas, dispuesto a conocer su destino, tan bien se sentía que me dijo antes de colgar el teléfono: "No existe alguien en el mundo que olvide las palabras dichas desde la parte oscura del corazón".
Epílogo
Después de varios días vi publicado a ocho columnas en el periódico amarillista de la región: "La luna se ha precipitado en caída libre sobre la tierra..." Me pareció una noticia de lo más absurda y pendeja, hasta que ví su foto en un recuadro inferior derecho, y no pude más que soltar una carcajada al leer la cabecilla: "hombre con lunas en los dedos es alcanzado por su destino".