Y se sentaron juntos...
A ver pasar la vida,
a robarse el corazón
sin más razón
que envejecer...
con el sol y la luna,
señalando los estados del tiempo y la marea,
del otoño y la tan nombrada primavera,
recordando los años que no estuvieron juntos,
de bares vacíos y vasos rotos,
de las filas de desconocidos que ambos conocieron
tras su propia fuga,
tras la redada de una realidad de vientos prolongados,
de viajes redondos,
de abismos cruzados,
de beatos y mártires olvidados en las garras del deseo.
Ellos se sentaron mientras sus manos ávidas
sellaban un pacto,
entre Dios y el Diablo,
una promesa de cuerpos y de tactos,
de labios atravesados,
de dunas y de cactos,
de tierras áridas por el fuego en que se consumen los dos.
Y mientras pasaba el tiempo,
fueron esclavos de su cuerpo,
sólo se amaron
e interminables se cogieron... hasta que su tiempo terminó.