A veces cuando caes desde el piso trece sientes que alguien te avienta y aumenta tu locura al imaginar quién planeó tu asesinato. Tal vez fueron tus padres... de seguro fueron ellos por todas las dificultades arrastradas desde que fuiste un niño no deseado. Ellos sólo querían coger, pasársela bien pero ¡el gran problema! Tú tenías que entrometerte, aparecer como la sagrada concepción y el motivo por el cual Papá tenía que casarse con Mamá. Hubieran optado por la alternativa que tomaste años después con ella... con Penélope.
"... Y Dios le hizo el amor, intentó hacerla desvanecer con el exceso pasional del sexo..." fue el primer escrito que recuerdo haberle leído, era tan raro, tan... poco a poco empezamos a frecuentarnos, la pasaba bien con él, las tardes de interminables choros, las risas, los alcoholes juntos y sus besos me hacían sentir diferente, aún no lo amaba. Nunca me pedía algo más que aquello que no quisiera darle y sin darme cuenta me entregué a él en una explosión de ternura y pasión que terminó con un orgasmo compartido a tiempo. A esta vez se sucedieron otras cada vez mejores. Nos complacía el placer del otro. Dábamos rienda suelta a nuestras fantasías. En la cama éramos sexo—dependientes, nuestras manos eran libres al igual que las lenguas que nos recorrían de principio a fin, mis senos se hacían sensibles a su tacto, no existía orificio que no fuese penetrado, chupado o dactilizado. Recorríamos cualquier rincón del mundo, su casa, mi casa, el coche, la universidad o un jardín; cualquier lugar era propicio para el encuentro carnal...
“Y Dios le hizo el amor, intentó hacerla desvanecer en el exceso pasional del sexo...".
Nuestros amigos al darse cuenta nos aconsejaban —¡cuídense!— nunca lo hicimos, vivíamos extasiados en eso que llaman amor. Y al paso del tiempo, sucedió:
— No me ha bajado— le dije bastante espantada con el sudor en las manos.
— Vamos a esperar una semana— contestó como en premonición de lo que sabía vendría.
Llegó el plazo acordado entre angustias, sobresaltos y delirios de persecución fuimos a unos laboratorios donde, después de los análisis, se corroboraron nuestras sospechas:
— ¿Qué vamos a hacer?
— No lo sé... Si lo tengo afectaría mi carrera, mis padres pondrían el grito en el cielo. ¿Si lo aborto?
— Tal vez... ¡Cómo me gustaría poder tenerlo!— se alejó triste, el encuentro con la realidad le espantaba. Como respuesta se coló en la noche a mi cuarto nos entregamos con ternura indescriptible, tan despacio, tan... seductivamente consternados.
Por conducto de una amiga conocí el nombre de una inyección, sin pensarlo más, aborté. Lo incomprensible es que al otro día llegó él, Ego, corriendo y me dijo:
— Lamento no haber sido tan hombre para poderlo tener entre mis brazos pero, te amo más que nunca. Se abrazó a mí llorando, no sabía qué decirle... simplemente así era él.
El producto del pecado te llamaron. Tú eres eso, un error, sólo un error dentro de las relaciones de tus padres, los compromisos sociales y esa basura que llaman moral. Piensas que esa mano cariñosa fue la que aplicó la fuerza para ver tu caída desde el piso trece.
En este momento sientes como el aire disipa tu mente, la velocidad con la que caes es vertiginosa, sientes como la saliva baña tu barbilla en el intento de gritar:
— ¡Auxiiliiooo! ¡Qué no ven! ¡Ésta pendeja se acaba de dar un tiro! ¿¡Por qué lo hiciste!? ¡¿Por qué?! Grité con todas mis fuerzas mientras le metía un dedo en el agujero que había dejado la bala en su cabeza. La sangre salía como sus ideas, como esos sueños de libertad que tanto pregonaba.
Recuerdo, la conocí en una fiesta, ahí estaba yo tomándome unos alcoholes como siempre, tendría 15 años; ella entró con esa seguridad que tanto la caracterizaba, sus pantalones entallados permitían ver sus bien formadas nalgas. Ese porte la hacía lo más cercano a Dios. La firmeza de sus senos era espectacular y su larga cabellera negra resaltaba su palidez de muerto, muerto con ojos de fuego mieloso, muerto con fuego de vida.
— ¿Quién es?— pregunto turbado con mis hormonas aglutinándose en el pecho.
— Es Perséfone— Gora con una sonrisa maliciosa.
Mi dedo no cubre el hueco, es un pinche chorreadero. ¡Ayúdenme!
— Sexy— añade— son veintitrés años de tentación. Un trago de alcohol. — Lo que sea de cada cual es una vieja exquisita.
Continúa nuestra plática pero mi atención está en las curvas de ese cuerpo tan delicioso, en esos labios repletos de carne, besables de color negro. Mi mente sufría una fijación en cada uno de sus rasgos, los ojos con el delineado largo, esa palidez del inframundo que con el paso de las horas se iba transformando en una imagen del influjo alcohólico en mi cerebro que me prende... Y ella se da cuenta, me tiene en la vil y asquerosa luna. Lo sé. Me mira con la chispa del interminable jugueteo que produce el ligar. Creo que le gusto, al menos para esta noche. Verla moverse es como rayar el orgasmo con los ojos. Esas contorsiones al bailar me producen la sensación de estar frente a una serpiente mística, irreverente, grácilmente obscena, seductora, zigzagueante. Me tiene como un erecto imbécil... —¿Me escuchas?— Gora un poco enervado.
— Sí, por qué.
— Tenemos que irnos mañana hay que estar temprano en la prepa.
— Vámonos. Salimos sin despedirnos, sabíamos que la despedida son siempre unos cuantos drinks más. Al llegar al coche nos dimos cuenta que en nuestra graciosa huida olvidamos recoger las chaquetas, sin otra solución decidimos entrar de nuevo, en la puerta, recargada, la dadora de las estaciones del año me cuestiona:
— ¿Qué tanto me veías? Mi cuerpo no está tan bien.
— La verdad, no lo sé— me trabo al hablar. No estoy tan carita como para que ella me tome en cuenta. Estoy borracho y no coordino, es un juego de la mente...
— No sabes, si no me quitaste la mirada de encima toda la noche.
— Lo siento, no pensé que fuera tan molesto— en realidad mis ojos se deleitaron, pienso.
— La verdad es que no fue molesto, no me miraste con morbo sólo con un poco de deseo. Por eso te hablé, no siento malicia en ti... eso me gusta— se acerca y me da un beso tierno en la boca.
Soy un perfecto idiota, debí de hablarle durante el tiempo que la observaba, a esta hora ya estaríamos en la cama. Besa demasiado electrizante, se me está parando pero no siento deseo en exceso, es una sensación rara, su lengua se siente suave y el olor a vino...
— Gracias por el beso. Dame tu teléfono. Nos vemos en la semana. Me gustas.
— Momento chavo vas muy rápido. Soy Perséfone.
— Ya lo sabía. Soy Ego...
Intento meterle la materia viscosa, mezcla de sangre y de sesos pero me bato mientras me balanceo en hinojos como los changos cuando se sienten solos.
Los alebrijes se mecían al ritmo. Veía como las formas de estos seres mentales de papel, hijos de la fantasía, se fusionaban entrelazados colgando del techo. Sus uñas fustigaban mis pezones, ella ensartada daba sobresaltos avisando un orgasmo próximo. Se movía cadenciosamente a ritmo de blues, con una energía de amazona sobre su corcel. Sus secreciones bañaban mis gónadas hirvientes. Sus senos blandían sus botones que a contraluz eran la fuente de la vía láctea. Sus músculos vaginales se tensan, un segundo después yace sobre mí reposando. Continúo el movimiento de cadera, el roce del cuello de la matriz y mi frenillo en tres ocasiones provocan mi venida que nos baña... Esas criaturas de papel y pegamento se deleitan... El cansancio se apodera de ese cuarto:
— Has mejorado bastante— dijo en el intento de sonar sensual— lo mueves con fluidez.
— He mejorado, reconozco que nunca... tú sabes— estoy nervioso— bueno... eres la primera con la que he...de esta manera.
— ¡Cogido! Esa es la palabra correcta— interrumpe— a las cosas hay que decirles por su nombre. Hacer el amor es una estupidez, son sensiblerías— concluyó drástica al levantarse, caminaba con las nalgas sonrojadas al aire, chorreaba de la entre pierna.
En el tocador se reclinó para sacar "la grapa" con sumo cuidado, no le gustaba desperdiciar ni una partícula, la picaba deteniéndose a calentar las piedritas. Una vez hechas las líneas para los dos servía los tragos, tequila o whisky en las rocas era lo mejor. Me levanté. Los aspiradores estaban listos, mientras uno jalaba otro armaba los bazucos. Se notaban los ocho años de ventaja, su pudor iba más allá de la mojigatería. Se preocupaba por enseñarme lo banal de la drogadicción, lo pasajero del sexo y la trivialidad de los pensamientos de superación ante el deseo de alcanzar la libertad sea cual fuere el medio para rozarla siquiera. Tengo un mes de ser algo, su novio, su amante; el aprendiz de un juego que se llama vida.
Su materia gris es tan parecida a sus fluidos vaginales, dan ganas de lamer para alimentar mi filosofía. Nunca imagine ver sus ideas regadas entre el pasto.
— Kafka tiene razón el mal siempre tiene la forma de diálogo— se deja caer mientras la habitación se llena del olor de la coca quemada— así comenzó todo entre nosotros... no sé que hago contigo, definitivamente no eres un gran amante— acaricia con sus largos dedos el valle debajo de sus pechos. Me levanto para cambiar la música, The Church sería una gran elección, Reptile la describe tal cual es, se alimenta de los demás camuflajeándose con una sonrisa preámbulo del arte de roer los pensamientos hasta alcanzar el tuétano y provocar incertidumbre.
— Del diálogo nace el privilegio de dudar— asevero sin inmutarme.
— ¿Dudas?
— Por supuesto... de ti, de mí, de la oscuridad de esta relación que nos da todo y nos absorbe. De la soledad que me provoca tu sonrisa, de la melancolía de saber que algún día vamos a terminar destrozándonos; rompiendo nuestros huesos hasta triturarlos. ¿Lo vas a disfrutar?
— No lo sé... pero deberías irte, quiero estar sola.
Esa noche supe que me amaba, la perversidad del lado oscuro sucumbe a veces ante la ternura o lo que ella llamaba la resaca sexual. Sus ojos se han puesto blancos, su cuerpo se deja en el olvido al rocío de la madrugada. Por primera vez está flácida. Los animalitos se bañan en su sangre que desde hace un tiempo me alimenta.
Decidimos no divagar entre los antros y la perpetua oscuridad. Caímos en Rock Stock, la mezcla de Rock & Roll y alcohol era lo mejor para empezar la noche con ritos darkys, lapidar nuestros oídos mientras el vino penetraba una y otra vez en el clímax de embriagarnos. No juegues. El estímulo de las vibraciones hace que el otro yo se mueva al compás armónico, la estridencia suele ser lo mejor. En serio, no seas mamona, no juegues así. Nuestros cuerpos se entrelazan al paso de las horas. Tic tac. Nuestras escamas se levantan, la cadencia nos va orillando al acostumbrado faje en medio de la pista. Tic tac. Levántate para ser broma ya se pasó. Nuestras caderas simulaban el tan logrado cachondeo, me abrazaba como si de veras me quisiera, sentía sus falanges clavándose hirvientes en mi espalda imitando a los vaqueros que marcan a las reses, quería dejar huellas eternas. Mírala Gora se entrega sin recelo al placer de la muerte, ¡ayúdame! Tic tac. Ebrios al fin nos dirigimos a contemplar el amanecer al Valle del Silencio coche tras coche, en fila india, después de las paradas reglamentarias por más bebida, llegamos. Se formó el círculo para rendir pleitesía al dios fuego junto a la fogata. Las parejas, instituidas o de momento, gozaban con el preámbulo del amanecer en un lugar donde el olor del bosque nos obligaba a encontrar el equilibrio.
Salimos de la Caribe, como siempre no podía faltar el pericazo pero ese día nos sobrepasamos:
— ¿Sientes la tranquilidad? El sentimiento aterradoramente enternecedor que produce la pasiva convivencia de cada elemento de la naturaleza— dijo mientras extendía los brazos.
— No te entiendo.
— ¿No entiendes qué?
— Un día adoras la perversidad, el lado oscuro, la dualidad de todo ser humano y otro el silencio, la parte blanca, la ternura de la muerte de la noche.
— Toda muerte es tierna, horrendamente tierna. La muerte es libertad. Es olvidarse de los esquemas que traemos en la sangre y del azar de las situaciones que la vida nos pone enfrente para elegir el mejor camino. ¡Por qué si Dios nos dio el libre albedrío nunca nos enseño a no equivocarnos!— enfatiza acompañada del canto de los árboles.
— ¿Te has equivocado?
— Sí, creo que conocerte fue un error.
— ¿Por qué?— pregunté afligido.
— Porque vas a sufrir. Me tomas como tuya y no soy de nadie, ni mía.
— Eso no es cierto.
— Tan cierto como que me he enamorado de ti, de esa forma de ver la vida que hemos conjuntado, de nuestras pláticas, del romper la noche, de saberte mío.
— No sé que decir.
— Al menos deberías decir gracias.
— Gracias. Las plantas se despertaban unas a otras, el frío secaba la piel, el pasto se despejaba a la vez que una helada neblina caía sobre nuestras espaldas, a lo lejos los coyotes aullaban el himno de la noche, que se tambaleaba— Yo te quiero.
— Lo sé. Lo sé porque me dueles, siento tu olor dentro de mi cráneo, me marea, me acongoja, me atemoriza... desearía hacer un aquelarre en el más allá y llevarme tu miembro. Vas a sufrir.
— ¿Por qué lo dices?
— Voy a ser libre, recuperaré mi lugar en algún río del infierno.
— A veces... me desesperas— exaltado di la media vuelta cuando escuché una detonación, regresé sobre mis pasos estirando mis brazos para recibir el cuerpo en el letargo del sueño, todos sus sesos se regaban, su sangre alimentaba la tierra. Ella era presa de su propia libertad... a lo lejos los árboles cantaban una tonada de olvido, los coyotes aullaban el himno de la noche rota. ¡No juegues!... ¡es una broma!... ¡Te quiero por estúpida!... ¡Auxilio!
Durante tres días no supe de mí.
Nunca has disfrutado tanto la vista de la ciudad. Todo se ve mejor. La contaminación no parece tan amenazadora, suaviza los bordes de las banderas meciéndolas con la sutileza que produce el aire frío de invierno. El fantasma recorre esta ciudad que ha visto crecer a un pueblo entero dejando rastros en bellos monumentos, palacios, palacetes, catedrales con ángeles rechonchos y mirada pasiva, tallados en cantera, resoplando los secretos de los dioses naturales, del asombro; de la eterna convivencia que hoy hemos olvidado.
La gravedad provoca la reminiscencia, probablemente tus amigos son los que planearon este desenlace. Siempre dudaron de tus ideales, se reían de tus sueños, de la necesidad de no flaquear y evitar venderte al mejor postor. Nunca comprendieron que era vital enraizar los pensamientos y no dejarlos ir: ¡irónico pero entre más ideas sembrabas menos amigos se quedaban a compartir cada locura!
Sientes la decadencia fluir por tu cuerpo, lloras por lo que no hiciste y pudiste hacer. Las lágrimas se desintegran por la velocidad de tu caída, son gotas de vida que dejas escapar con el afán de renacer en algún lugar del mundo, en otro momento dónde no te atrapen las ideas de una generación que parece desvanecerse entre sonidos de autos y gritos de auxilio, cuando tu ciudad deje ese olor pútrido que nace cuando el hombre se alimenta del hombre, cuando sea más importante convertirse en ser humano.
Estás a punto de caer, ahora ya no es todo tan pequeño, la gente se arremolina para ver tu caída, son espectadores fríos... en un segundo yaces sobre el piso y la sangre fluye sobre la banqueta, los miembros de tu cuerpo parecen una maraña, se entrelazan en el último afán de tocarse para saber de su existencia, tus ojos se desorbitan, implorando un poco de ayuda, la sangre molida recorre cada centímetro de tu cerebro. Están aglutinados rostros desconocidos que te observan con morbo y satisfacción. Los recorres con la vista confundiéndose carne con ropas, colores de calzado, paras en alguien que te parece conocido y todo tu ser le intenta pedir ayuda pero... sonríe en pleno regocijo. Entusiasmado se acerca y te dice:
— ¡Enorme caída! ¡Buenísima! ¡Qué espectáculo!— aplaude— Nos vemos en el infierno.
Con la lucidez de la muerte te das cuenta que eres tu mismo quién te ha arrojado desde el piso trece.
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