valiente hermano por adherencia
A Beto le encantaba vestir sus demonios y ponerlos en las repisas de su recámara. Cada vez que hacía un nuevo amigo o una nueva novia, los llevaba a su habitación y les decía en tono solemne:
— ¡Mira te presento a mis demonios!
— ¡Órale están de poca! —respondía el visitante, a veces con groserías o de forma cursi, dependiendo de la boquita.
— ¡Parecen alebrijes!
— Sí, pero los primeros son mis demonios de la prepa —les decía— ¡Ahora, chécate estos!
— ¡Qué chido! ¡Demonios de peluche, con trajes de marinerito y hasta perfumados! ¡Están de poca! Oye, güey, me cae que estás bien loco, pinche Beto, ¡eres todo un artista!
— Mira: éste es mi último demonio, se llama Rexor y tiene un estilo minimalista.
— ¡Sale minimalista y todo!
— Sí, ya no me gusta ponerles tanta cosa. Aparte de que es una chinga, como que ya no está inn. Tengo mis demonios barrocos, ilustrados, clásicos y hasta Avant Gard, pero ahora, en este nuevo periodo artístico, ya nada más les pongo nombre y una que otra garrita.
— ¡Estás cañon, mi hermano!
Pero Beto no sabía lo vengativos que pueden ser los demonios y que hay infiernos hasta para el mismísimo Belcebú. Pero se enteró y, con mucho dolor, cuando Legión lo enfundó en unos minúsculos calzoncitos rosas, aplastándole los testículos e inaugurándole una fea estría en el culo. Acto después, el demonio le susurró al oído:
— Ahora sí cabrón: ¡bienvenido a mi infierno! A ver qué sientes ahora que estás en mi repisa. ¡Mañana te voy a hacer mi muñeca!
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