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lunes, 31 de marzo de 2008

14.- Hoy


En esta época todo suena y se ve diferente, el ritmo de la cotidianidad es vertiginoso. Los problemas sociales que siempre fueron mi preocupación siguen existiendo. Algunos días, comparto mi miseria e invito a desayunar a los niños mugrosos y harapientos, dueños de este jardín. Preparo treinta tortas, gelatinas y llego con mi morral a la orilla del kiosco. Apenas me ven hacen fiesta. Siento la rueda de hambre girar alrededor del alimento que hace días no prueban.

Nunca lo he dicho pero lo pienso: tengo un especial afecto por el Pitirijas, pequeño de 6 años, al menos eso creemos, de mirada triste y sonrisa franca. Ahora, no me recuerdo a esa edad, pero debí ser de lo más parecido sólo que limpio y bajo los cuidados de mis padres. Recuerdo la última vez:

Después de ir por refrescos y terminar su escueto y sagrado alimento, nos sentamos en las escaleras que dan al templete del kiosco, intercalados, porque hay lindas niñas también. Se animan:
— ¿No nos vas a contar lo que sigue de tu historia?
— ¿En serio quieren escucharla?
— ¡Síííííí! —contestan al unísono—.
— Bueno, ¿en qué me quedé la vez pasada?
— Dijiste que nos ibas a contar sobre La caída de la luna.
— Sí, sobre La caída de la luna, porque el otro día nos contaste sobre Alma de juguete.
—Además, prometiste traernos un títere como Alex.
Volteo la cabeza y pongo las manos sobre mi rostro, giro de pronto hasta quedar de frente a ellos:
— Cumplí, les he cumplido. Véanme bien porque soy la metáfora en la realidad de ese títere que busco incansable su alma de juguete y que siempre deseo un hogar.
— ¡Mira tiene una nariz redonda y roja!
— ¿Y nunca tuviste un hogar?
— Alguna vez, pero hoy no.
El Pitirijas se acerca y con sus sucias manecitas acaricia mi mejilla:
— ¡Pobre! Eres como nosotros, ¿verdad? Si no tienes casa te puedes quedar con nosotros en el jardín.
— Gracias.
No cabe duda, el significado de las palabras cambia de acuerdo a las necesidades de nuestra propia existencia para ellos hogar es sinónimo de una casa, para mi es estar entre tus brazos. Me tranquilizo y con los ojos a punto de estallar en mil lágrimas, comencé:
—Ok — respiro hondo— La caída de la luna es, precisamente, una historia sobre como encontrar el lugar que nos corresponde en este mundo.
— ¿Cómo? —dice la Llantitos mientras se limpia la cara—.
— Sí, en esta tierra que nos acoge hay un lugar dónde podemos florecer y esperar a que corra el tiempo como décima de segundo, pasando las hojas de nuestra historia. Les juro: hay un espacio dónde podemos ser felices.

Sus ojos se encienden por la esperanza de mis palabras.
— Hace muchos años existió una persona…
— ¿Cómo tú?
— Sí, como yo —continúo la historia— esa persona, a través de sus vivencias y del huracán de su diario ir y venir, se extravió, comenzó a caminar por el callejón Sin Sueños, con las bolsas vacías del pantalón, sus recuerdos en la mochila y una profunda tristeza grabada en el corazón: nunca había encontrado su hogar y a dónde pertenecía. Lo más raro es que el creía que podía regalar sueños a cualquier extraño…
— ¡Pues que nos traiga un pastel, yo ni lo conozco! —grita el Monstruo al final de la escalera—.
— ¡Ja, ja, ja! —ríen varios chiquillos—.
— ¡No seas payaso!
—Para payaso está él —dice la Role y me señala— ¡tiene su nariz roja y redonda!
— ¿Y luego?
— Contradictorio, caminaba por el callejón Sin Sueños regalando sueños…
— ¡Qué tonto!
— No, no, no era tonto, simplemente tenía un poco de fe en los demás: a cada sueño que regalaba, dejaba entrar un poco de luz a la vida de la otra persona. En ese momento, aquel extraño podía ver la salida del callejón y desaparecía de ese lugar tétrico y oscuro.
— Si podía sacar a otros del callejón, ¿por qué no salía?
— Sí, ¿no podía caminar o correr a la salida?
— Él llevaba tanto tiempo en las penumbras que le era difícil distinguir el camino de salida, y la verdad es que se sentía seguro entre las sombras aunque con el corazón vacío. Hasta que un día, por pura casualidad o por destino, se acercó a la orilla y en el umbral encontró a una mujer de ojos profundos e inmediatamente le reconoció con la memoria de otras vidas. Ella parecía estar más cerca de la luz, pero había algo que la mantenía en secreto en el callejón sombrío: había decidido desconectar de si esa parte que se alimenta del amor de pareja.
— Eso es fácil, a nosotros nadie nos quiere ni nos importa querer a alguien.
— ¡No es lo mismo! Ella no quería que la amaran o no quería amar, ¿verdad?
—corrige y afirma Luchis—.
— ¿Por qué?
— ¿Por qué que?
— ¿Por qué no quería tener el amor de otra persona?
— Tal vez se había cansado de luchar o de esperar, o tenía un poco de miedo o no había encontrado a quien estaba buscando, o no creía en la magia.
— ¡Yo no creo en la magia! Son puras babosadas y trucos —dice convencido el Chueco con su pie de lado—.
— ¡Qué güey eres! La magia existe, ¿verdad?
— ¡Claro! La magia existe en el diario devenir, es encontrar el sabor de la vida, es defender los sueños, luchar por alcanzar los anhelos y encontrar el verdadero amor a través de nuestra esencia —enuncio divertido—.
— ¡Chale! ¿Y la historia? —enojado el Caníbal—.
— ¡Sí, ya dejen que siga!
— Bueno —continúo con la historia— se vieron de frente y algo extraño y fuera de este mundo fundió sus almas, comenzaron a platicar y a cada palabra formaban un nuevo diccionario para entenderse, ya que los dos pertenecían a diferentes universos. Ella sintió estremecerse en su interior. Él no podía apartarse y la emoción lo embargaba hasta sacudirle la tristeza. Por un momento se reservaron el mutismo de la excitación de conocerse: una pequeña luz rompía el umbral de las sombras. Se miraron cómplices y entendieron ese sentimiento de contrabando. Ella lo tomó del brazo y juntos dieron el primer paso fuera del callejón Sin Sueños. No recordaban que el mundo fuera de esta manera: arbustos con letras colgando y frutos poemas, nubes viajeras esperando en cada parada de autobús por su pasaje, vitrinas repletas de pastelillos de chocolate. Caminaron por las veredas del parque del absurdo tomados de la mano, ella sentía cientos de mariposas alrededor del cuerpo, él percibía el caminar de una fila de hormigas que llevaban en su lomo un mensaje: “Siempre hay más, si quieres recibirlo”. Pararon en medio del parque donde reposaba un árbol de ramas entrelazadas, de las cuales brotaban hojas en forma de corazón, resguardo a un hermoso capullo amarillo que al contacto con los lúmenes marmóreos de la luna, comenzó a abrir dejando al descubierto cuatro pistilos. Ella le dijo: “Es la flor del No te olvido, y sus pistilos son cuatro, por el pasado, el hoy, el porvenir y el momento al cual se reduce la eternidad en un para siempre. ¡Mira la luna!”. Él se sorprendió de tanta magia y señalando la esfera plateada le susurro al oído: “Está tan cerca que parece la luna se cayó”. Se alejaron con rumbo desconocido, perdiéndose en el crepúsculo. Desde entonces los enamorados caminan juntos, tomados de la mano, en cada noche de luna llena y piensan que la luna se precipitó en caída libre sobre la tierra.
— ¡Qué cursi! Mejor vamos a jugar fútbol con el suéter del Piojos.
— ¡Síííííí! —gritan todos y se abalanzan sobre el Monstruo que trae su paupérrimo e improvisado balón.

— ¡Fíjate Buey!
Por poco y atropellan al muchacho de la bicicleta. El mundo sigue estando loco. Algo me dice que hoy dejaré de contemplar este mundo, sí, este hoy de tantos días sin ti es para recorrer despacio mi historia y entender qué sucedió entre nosotros, ¿qué hice de mi vida? ¿Algo pasó? Al menos el tiempo. ¿Hay algo que jamás concebí?

La memoria me traiciona y recuerdo el final de ese día con los niños:
— Oye, no entendí, ¿por qué dijiste que La caída de la luna se trataba de encontrar el lugar que nos corresponde en el mundo? —pregunta el Pitirijas, a la vez que jala el saliente de mi camisa—.
— Al encontrarse, él y ella, supieron a dónde pertenecían.
— ¡Ahh! ¡Cuándo sea grande quiero ser escritor cómo tú!
— Hijo, los escritores cargamos la maldición de las palabras, ¡no sabes lo que dices!
— Sí, lo sé, y voy a contar cada una de tus historias.
— ¿Por qué quieres escribir?
— Alguna vez dijiste que el tiempo se puede cambiar, y cuando sea grande voy a tener otra niñez, me inventaré una nueva: ¡La voy a escribir!

Hoy puedo sentir, de nuevo, las lágrimas correr por mis mejillas y a ese pequeño niño, de mirada triste consolándome mientras me decía:
— Pero no te preocupes, en esa nueva niñez tú si vas a estar, eres lo único bueno que me ha pasado. ¡Te juro que tú si vas a estar en mis historias, para que nunca dejes de existir!
Hoy recorro esta existencia que me tocó vivir y por fin entiendo lo que sucedió. La estación escurrida de mi vida se me va de largo al compás de las historias que tengo para contar. Estoy seguro que todo podría cambiar, si yo lo escribo y tú lo lees, pero es tan poco el tiempo y la vida se va en un abrir y cerrar de ojos

La llantitos (de Egomanías y La llantitos)



A la generación que se le ha olvidado soñar
si no, se les han roto las alas
de tanto vivir

La ciudad no es la misma que recuerdo fue algún día o noche. Hemos cambiado. Todos juntos porque hasta los edificios no son los mismos, ni las calles, ni las avenidas. Parece como si alguien hubiese soplado el viento en otra dirección, se siente en la brisa que nos baña todas las mañanas y golpea sutilmente las ventanas para avisarnos la transformación. La ciudad no es la misma que recuerdo de hace algunos años. Este tiempo se llenó de historias chaladas... todo cambió.

Crecí en la calle hospedándome en cualquier rincón que la urbanidad abriese para mí, bajo una nube gris de contaminación taponadora de los sueños de niña que se supone debí tener; imágenes rosas plagadas de inocencia siempre añoradas, estampadas en los muros de algún registro de luz, o enredadas entre el pasto seco de algún jardín público mientras el hambre apretaba junto con las ideas de superación: una casa, comida todos los días, calor de hogar. Esa palabra nadie la conocía. Siempre creímos formaba una barrera entre ellos, su mundo y nosotros.

No conocí a mis padres. Mi clan eran todos aquellos que al cobijo de la noche nos acurrucábamos en camada, a veces compartía mi cama de piedra con el Pitirijas, la Role, el Caníbal, Pocas Pulgas nuestro perro y el Monstruo, un mastodonte de catorce años que se ensañaba con nosotros por ser más grande y tener más vicios.

Una noche todo cambió, cuando dormía sobre una banca alguien se arrejuntó a mi cuerpo para jalar el plástico que servía de cobija, exaltada me incorporé con lagañas en los ojos y a la defensiva:
— Órale, güey... o güeya. Era una niña bien vestida, con las lágrimas en los ojos y el cabello en espirales castaños. — No fue para tanto, si ni te he pegado. La congoja que proyectaba su alma desgarró mi pequeño cuerpo. — ¿Qué te pasa?
Esa noche ella no dijo nada, sólo la jalé para abrazarla... lloró todo la noche a la vez el frío citadino se apoderaba de nuestras almas.

Al amanecer nos despertó el ruido de los coches, las pisadas de la gente que corre que corre va a algún lado y una tremenda hambre porque el estómago de ella y el mío se comunicaban a voces como el diálogo que en la noche anterior no tuvimos.
— Tengo hambre —dijo con los ojos rojos e hinchados.
— Vaya si hablas y como hablas entiendes, ¡no tengo un quinto! – Me relamí mi cabello con la primera saliva de la mañana.
— Pero yo tengo hambre — replicó.
— ¿Y qué quieres que haga? Para comer hay que limpiar los parabrisas de los coches.
— Bueno— contestó afligida.
Corrimos a buscar en las bolsas de basura y en las orillas de la calle unos botes de refresco para luego echarles agua de la fuente del parque y pedir por ahí un poco de jabón. La verdad es que nos fue muy bien como la veían toda linda y con los ojos tristes los dueños de los automóviles se compadecían y soltaban más monedas de lo acostumbrado, sin importar que no limpiase bien los cristales.
Comimos unos tacos de tres por uno cincuenta afuera del metro Hidalgo que fue lo que nos quedó más cerca después de trabajar todo la mañana en el crucero de Reforma y Avenida Juárez frente a las oficinas de Excélsior.
— ¿Cómo te llamas? —pregunté mientras devoraba sus tacos pero no me contestó sólo me veía con sus ojos tristes. — Pues como no me respondes y de alguna forma te voy a llamar... déjame pensar... ¡eres la Llantitos! Pues si hasta pareces muñequita... sí, la Llantitos. Se sonrió para devorar sus tacos de tres por uno cincuenta.

En la noche llegamos a un registro de luz cerca de la Alameda Central donde toda la banda se reunía, pensé que lo mejor sería presentarles a la Llantitos para que si la veían por ahí no se fueran a querer pasar de vivos con ella. Cuando llegamos sólo estaba el Pitirijas con sus pantalones raídos y su playerita rayada que le quedaba arriba de su mugroso ombligo:
— Hola— le dije mientras acomodamos unos plásticos y periódicos.
— ¿Y ésta? — repasó con su mirada a la Llantitos.
— ¿Quién es? – repuso el Monstruo mientras bajaba las escaleras acompañado de la Role y del Caníbal.
— Es la Llantitos, me la encontré por ahí... como esta sola y yo también – contesté presurosa, con miedo; Monstruo podía ser violento si se lo proponía.
— Chale, ella no es como nosotros, vela bien, trae un buen vestido, su cabello se ve cuidadoso y límpido, sus cacles están nuevos —aspiró de su puño cerrado— qué tal si la anda buscando la policía, acuérdate de la madriza que le pusieron al Caníbal...
— Sí— repuso el moreno, la cicatriz que tenía a un lado de la oreja derecha, le hacía recordar— nada más porque un ruco me dijo que si lo acompañaba dispararía las tortas...
— Más bien quería tus tortas ¿no?— dijo la Role riendo pícara con un brillo especial, perdido, en sus hermosos ojos azules.
— Quién sabría que traiba la droga, nos cayó la polí y como me quería escapar que me dan en la cabeza— se acercó para que viéramos la marca de su vivencia, pero como notó que la Llantitos se le quedo viendo a su mano, siguió contando— me caí medio atolondrado, traté de resbalarme a una coladera, que pongo la mano en la orilla para jalarme y un pendejo que pisa la coladera y mi mano, pues... — nos mostró su muñón que parecía que lo habían dado una gran mordida, de ahí su mote.
— No quiero que se quede, nos puede traer problemas— señaló el Monstruo con los ojos un poco perdidos por el activo y su muñeca entre las manos.
— Pero Monstruo— repliqué en tono de súplica.
— Nada – dijo imperativo.
De pronto, sonó el ruido de un avión rompiendo el silencio de la noche, la Llantitos se levantó mientras en su rostro corrían una fila de lágrimas y balbuceó:
— Las almas van a Dios colgadas de las alas de los aviones.
¡Cómo lloró! El Monstruo al oír aquello, dijo que era un gran alucine y se fue a acostar junto con la Role. La Llantitos era parte de la banda.

La ciudad cambio, lo sé por que una vez parados en alguna calle del Centro fisgoneábamos tras una ventana del Café París imaginándonos los olores y sabores de los pastelillos, los helados, que probablemente teníamos alguien que nos cuidase. El Pitirijas pegaba su nariz a la vidriera y se le saltaban los ojos de hambre, la Llantitos y yo nos figurábamos embarradas de chocolate, con la barriga llena.
Había una escena que resaltaba de entre tantas fragancias y suculentos platillos, una mujer lloraba, lágrima tras lágrima, salando su expreso, intentaba guardar la compostura pero el dolor se salía de su cuerpo, clarito recuerdo ver la silla inflándose para hacerse más confortable, a la mesa suavizar su textura en el afán de una caricia de consuelo, en el florero unas rosas se balanceaban entonando una canción suave, divina. Una hoja de papel se arrugaba en sus manos que temblaban.
De pronto comenzó a llover a cántaros y el agua nos empapaba, pero estábamos como estáticos, clavados en el piso, no nos movíamos. La mujer sacó de su bolsa unas monedas y las dejó sobre la mesa, parecía que se movía en cámara lenta hasta salir. Con la lluvia escurrida dejó caer el papel mientras apretaba el paso. La Llantitos corrió por el papel, una vez en su mano lo estiraba:
— Es un telegrama —dijo.
— ¿Cómo sabes? — replique intrigada.
— Pues aquí dice, viene desde Francia.
— ¡Qué dice! – el Pitirijas impaciente brincaba con las manos colgadas.
— "Murió pidiendo le perdonaras por haberte amado tanto". La Llantitos alzó la vista al cielo, el ruido de un avión por primera vez no la hizo correr. Lloró. Fue la primera vez que supe que ella sabía leer.
Una madrugada mientras buscábamos dónde pasar la noche, por una de las veredas de la Alameda, un ciego platicaba en voz alta en la banca de un parque:
— Pues si como te iba diciendo, esta ciudad se está configurando. Todo comenzó un día que un tipo decidió juntar las lágrimas de la gente en un frasco, quería guardar la tristeza en un lugar, cuando veía a alguien llorando corría a ponerle el frasco para eliminar todo el dolor de la ciudad. Todo era parte de la gran conspiración. Decía que tenía un inquilino en su cabeza. Su vida se le iba en recoger lágrimas, no vivía para otra cosa que no fuese acumular lágrimas, su gran tesoro, era el dueño de los mayores dolores de esta ciudad, ¿quién podría comprar eso?
Nos sentamos para escucharlo sobre la senda principal de la Alameda, se veía deslavada su gabardina negra usada, pero no más que sus pantalones, era una gente de calle pero con clase, se le conocía en la forma de cruzar las piernas y sostener su bastón:
— Se le había olvidado llorar. Alto con el cabello crespo, vestido de negro y la soledad por amiga, así era él. Nadie entendía que su misión era ser el guardián de la congoja, regalando un poco de alivio al reunir cada gota en un envase de cristal. Amigo, ¿cómo puede el dolor más grande comprimirse en unas pocas moléculas de agua con sales?
La modulación de su voz, la suave calma que proveía la noche a la ciudad nos fueron envolviendo hasta transportarnos al país de las historias en un tiempo que pertenece a la gente de ensueño. El viento soplaba quejumbroso por entre los árboles desgajando el ordinario urbano hasta susurrarnos sus secretos; descubriéndose para nosotras y para el extraño invisible con el que platicaba sentado en la banca del parque.
— Caminaba con la nostalgia al lado y a la expectativa de algún sinsabor ajeno por las calles que ya le resultaban familiares, abrazando entre avenidas su frasco, sabiéndose en el extremo de la melancolía, dejado de los hilos del amor y con el poder de la tristeza atrapado en un envase a punto de llenarse.
Recorría del Eje Central a Avenida Chapultepec pasando por la Torre Latino, Salto del Agua, cerca de las oficinas centrales del Registro Civil, Avenida Cuauhtémoc; husmeaba entre las cantinas del Centro; La Mundial, Dos Naciones, hasta las de la colonia Roma; La Antigua Rambla o La Número 1; en busca de algún desolado y entequilado individuo que llorase alguna pena. Caminaba, caminaba hasta sentir en las piernas el dolor del exceso de caminar pero obtenía su recompensa, reunía varias lágrimas frente a Gayosso, sala de funerales cerca del Monumento a la Madre, su lugar preferido para descansar sus pies desechos y pasar horas observando a los niños correr tras un balón o a los brazos de mamá.
Un día como hoy por la tarde se concretó a pasear por Reforma, dio vueltas en el Ángel pensando hacer un viaje que tuviese un destino cualquiera, el caso era ir dónde fuera, lejos de la Ciudad de México, lejos de todas esas calles que conocía tanto. Intentó suspirar pero como siempre no pudo.
Se dirigió hacia la Zona Rosa por toda la lateral viendo gente pasar; a los nalgones payasitos callejeros, a los policletos, vendedores ambulantes, los emperifollados de los bancos, dos ancianos envueltos y desgastados por el largo recorrido de una vida juntos, los punketos, los guayayeros, los inmigrantes que no se hallan entre los edificios, los cruceros, las banquetas y uno que otro árbol. Un mar de personas, todos diferentes pero que se identifican en una gran mezcla: ser chilangos.
Casi en la esquina de Niza, literalmente, se estrelló piel con piel, tropezando al andar y malabareando para no tirar su enorme tesoro. Cayó de trasero. Después del desconcierto alzó la vista, el sol bajó su claridad cortándolo en mil pedazos. Ella estaba en el piso. El sendero llevaba a su olor haciendo ese instante perpetuo. Su mundo se paró. Ella no paraba de llorar:
— Lo siento, no me fijé — por primera vez no quiso abrir su frasco, esas lágrimas lo hacían colocarse en tierra firme, sin oír voces. — ¿Quién eres?
— No lo sé— respondió con un murmullo entre los labios que se escapaba sediento con las sombras de su pasado. Ella estaba tan sola. — Y ¿tú?
— Tampoco lo sé, pero si sé que tengo un inquilino en la cabeza que me hace andar por esta ciudad para guardar todas las lágrimas en este envase.
— ¿Quieres las mías?— repuso con los ojos desgastados.
— No lo sé... creo que no. Sus ojos disipaban cualquier engaño, tenían cada una de las fases de la luna marcada en el iris.
— ¿Haces algo más?— se secaba las lágrimas con la mano.
— Sí, de vez en cuando mi inquilino me permite tener algún sueño que sea de mi propiedad entonces me consumo entre melancolías frente algún espejo esperando por un suspiro.
— ¿Te gustan los suspiros?— preguntó con el esbozo de una sonrisa.
— Creo que sí, alguna vez debí haber suspirado pero hace tanto que está en el olvido.
— Es que... yo tengo muchos, los guardo en esta bolsa— levantó un pequeño morral a la vez que hacía para atrás su cabello.
— ¿Tú guardas suspiros?
— ¿Tú, lágrimas?
Soltaron una carcajada mientras se abrazaban como si sus manos nunca hubiesen abrazado. Se paró el mundo. Comenzaron a caminar pero ella se detuvo:
— ¿Quieres saber aún quién soy?
Él la besó y le dijo: — ¡No!
Se fueron tras la luna, uno vaciaba su frasco y ella su morral. Desde entonces sopla el viento en otra dirección y todas las mañanas hay una brisa que golpea suavemente los edificios de esta ciudad.
El ciego se levantó y bastón a tientas se alejó. Lo raro es que después el chasquido de unas alas rompió la quietud de la noche. La Llantitos lloraba a la par de mis suspiros que enredados nos cobijaron sobre esa banca resguardando nuestros sueños.

— Mira el atardecer— dijo señalando el cielo un día cualquiera— es triste como aquella tarde en que abrió la puerta y decidió morirse.
El crepúsculo se pronunciaba en el tiempo como la tristeza que lucía siempre su rostro de muñequilla rota, el ocaso le regalaba los tonos rosas de esas fantasías que jamás tuvimos.
— Él era alto, bien parecido, lo tenía todo; una esposa, dos hijas que lo adoraban pero eso no le importó. Se sentó en el comedor y comenzó a beber, copa tras copa, botella tras botella. Nada le importó. En las mañanas se levantaba temprano, se iba a trabajar con su gorra de piloto, siempre limpio. Al llegar a casa, siempre lo mismo: beber, beber, beber. Sólo quería morirse. Hasta que un día la salud le faltó y tendido en la cama seguía bebiendo. No se podía hacer ruido le molestaba a su cabeza. Una tarde como esta él decidió morirse... al fin una tarde como esta murió.
Soltó en llanto, su voz se apagaba poco a poco.
— Cuando le pregunté a mi mamá por él llorando me respondió: “Su alma va a Dios colgada de las alas de un avión”.
El Pitirijas llegó jadeando y nos dijo:
— Síganme— corrimos los tres hasta la esquina de Eje Central y la calle de Tacuba, había dos patrullas, los policías tenían en el suelo bocabajo al Monstruo con las manos esposadas, el Caníbal se les movía de un lado a otro tratando de escapar pero lo tenían acorralado contra la pared del edificio del Banco Nacional de México:
— Ahora sí ya te agarramos— le decía uno de los uniformados.
— ¡Quítenme a esta niña!— gritó uno de los guardias, la Llantitos le estaba mordiendo uno de los muslos, traté de quitársela de encima pero no podía.
— ¡Déjenme cabrones!— decía el Caníbal semiesposado y sudando por la lucha.
— ¡Ya estuvo!— vociferó el Monstruo y automáticamente la Llantitos soltó al policía, el Caníbal se dejo agarrar — Ni modo nos agarraron bien, les encargo a la Role, cuídenla mucho... Díganle que la quiero, que la voy a buscar— los subieron a la patrulla y se arrancaron. En la noche le platicamos lo sucedido a la Role que soltó el llanto mientras se agarraba la panza.
Meses después supimos que en la correccional el Monstruo, drogado, se cayó en el baño y que estaba muy grave, la Role dijo iba a verlo, se despidió de nosotros, no supimos nada más de ella, del Monstruo o del Caníbal.

Un mediodía, limpiábamos parabrisas en el cruce de Antonio Caso y Reforma, la Llantitos por ganar unas monedas más se bajo aprisa del cofre de un coche. Se escuchó un grito. Una motocicleta se perdía en la avenida. Tendida la Llantitos en su charco de sangre, el ruido de un avión le hizo levantar el brazo para desvanecerse. Alcé la vista y corrí con el llanto en los ojos mientras mi mano le decía adiós.

En toda mi vida nunca fui tan feliz como esa época en que la Llantitos estuvo conmigo. Desde entonces la Ciudad de México no es la misma, ni yo. Me hice mujer mientras la brisa, el viento y el ruido de los aviones hicieron de esta una ciudad semi —desierta, llena de historias chaladas, como aquellas que cuento en este periódico para ganarme la vida... ¿El Pitirijas? Esa es otra historia.

sábado, 29 de marzo de 2008

XII.- Dos son uno



“Te regalo la sal de mis historias, te comparto mi fuerza y mi debilidad, te muestro el cielo al que también llamamos gloria, te regalo mi voz mi libertad… Te comparto mi humana condición, te llevo más allá del límite y medida…”
—Fragmento de Mi playa de Ely Guerra—

Llegamos. Un camino de flores te llevaba hasta la orilla de la cama, recogiste una a una las flores, eran gerberas. En la entrada, la botella de vino se enfriaba, un plato de frutas y por primera vez, un jarrón lleno de tulipanes. La sorpresa principal, hasta para mi lo era, el chocolate líquido, había pedido un platón de chocolates.

El botones se fue cerrando tras de si la puerta. Los dos llamamos a nuestros padres para avisar que estábamos bien. Nos sentamos para abrir la botella de vino y probar el kiwi, durazno, plátano y fresas: la mezcla de los sabores, el vino y el chocolate era el preámbulo de la sensualidad que se desencadenaría.

La plática fue de lo más delicioso. No podía más. Moví la silla para quedar frente a ti, nos besamos con la incertidumbre de nuestros cuerpos. No podías más. La inercia era caer en la cama, nos paramos mientras me desvestías y yo intentaba no soltar tu boca, y la tersura de tus labios que siempre me han cautivado. Todo estorbaba, los pantalones, el celular, la camisa, la blusa. Por aquí, por allá, cerca de la cama, lejos, no importaba. Terminamos desnudos, entregados directamente… yo sabía exactamente donde tocar, es como si ya te conociera… sin reservas, deseábamos entregarnos al calor de nuestros cuerpos, recorrí tu cuerpo de la punta de tu oreja, pasando por el cuello, deteniéndome en cada uno de tus botones mientras mis manos te recorrían suaves, deleitándose con cada uno de tus montes, no paré hasta llegar al valle de tu cuerpo. Me moría por olerte, por saber a qué sabes por dentro y me prodigué a las delicias de humedecer mi boca entre tus piernas, no es mentira, eres de agua. Sentía el desliz de mi lengua hurgando entre los aromas de tu flor, buscando tu pistilo, orillándolo al abismo del placer.

Tus manos me jalaron, mostrándome el camino que lleva al paraíso de tus piernas abiertas, a la entrada de tu mundo de agua. Me sumergí por primera vez entre tus olas y sentí el estremecimiento de mi cuerpo entre tus prados marinos. Tu boca se entre abrió pidiendo el silencio de tu lenguaje, de nuestro lenguaje corporal. Tus ojos me preguntaban que era aquello que sentías, sólo el vaivén de nuestras caderas te respondía. Me empujabas a tu cuerpo. Flotaba en tus aguas deseosas, ardientes, adentro, afuera, hasta que rompió tu marea en mi playa. Lo supe por el estremecimiento de tu cuerpo, sensual y caliente, y por el goce de la orgía de nuestros sentidos.

Decidiste cabalgar en mi playa, mis arenas se espigaban ante la insinuación de tu peso sobre ellas, se endurecían para mitigar su sed en tu oleaje, ir y venir, despacio, lento. Sentía que la marea subía hasta rozar nuestros cuerpos y mis manos se apretaron a tu asiento, una ventisca levanto la tierra. La playa se perdía por la crecida de tus aguas. En un segundo cayó la luna por segunda vez y nos bañó de deseo y de placer, orillados a hacer de dos uno y mecernos entre besos y caricias, llenando el espacio que hay entre nuestros cuerpos con la sal de nuestros humores, con nuestro nombre pegado en los labios, y un te amo bajo el brazo y un poco más abajo.
Al otro día conoceríamos que aún en el amor, siempre hay más…como hasta hoy… Desde siempre, sólo hace falta que los dos vayamos por más…

Fotografismos de: Eugenio Robleda


Mandala 1


Parece que cual conjuro
tu cuerpo evoca
y las palabras de un antiguo embrujo
penden de mi boca:
Es la memoria de tus manos en mi piel, lo que me provoca…

Obra: Eugenio Robleda
Texto: Heriberto Cruz

viernes, 28 de marzo de 2008

4.- La caída de la luna (interferencia 2)



— Esta buena la selección de las canciones —dice el Gordo— tenía un rato que no escuchaba algunas. Por cierto ¿hay que ponerle un apodo al chavito?
— Pues dile por su nombre.
— Nel, ¡eso no es de caballeros! —afirma serio— hay que darle sentido a su vida, un regalo para siempre.
— Ni que fuera res, o ¿piensas embarazarlo? —me burlo—.
— ¡No mames! Se me dan las niñas de 19 ó 20 años, pero los chavitos, no. ¡Hay güey! De pensarlo hasta me da urticaria.
Se rasca la cabeza y la panza al mismo tiempo. Pero tiene razón, una vez bautizado, se le conocerá por ese mote toda su trayectoria, claro, mientras trabaje en alguna estación de radio.

Recuerdo mi afición por las ondas radiales desde muy temprana edad, mi padre escuchaba La Pantera, Radio Éxitos y con el tiempo Universal FM. Crecí con canciones de The Beatles, The Rolling Stones, Led Zeppelin, The Yardbirds, Janis Joplin, The Who y otros más de aquella época, de cuando mi papá cantaba en los Blue Caps o Las Calles, me supongo que antes del 69. La primera canción escuchada, en esa cortedad, fue Let it be y sí, creo que me marcó para toda la vida: “Déjalo ser, déjalo ser y habla palabras de sabiduría, déjalo ser, déjalo ser y encontrará la respuesta”.
Con el tiempo mi despertar se veía fortalecido por el clásico: “¡Ya levántate!”, que gritaba alguno de los locutores de Sedoma la Modorra, emisión matutina de Hits FM, una loca y bien lograda estación con música no tan vieja y con fuertes guitarrazos y tamborazos. Fue una lástima, murió para dar paso a Estéreo 97.7, por supuesto (aunque digan que no), después de la transmisión del concierto del TRI, en el cual, Alex Lora gritó: “Un saludo a papá gobierno”, y las mentadas de madre no se hicieron esperar. Se escuchó un click y la estación salió del aire. Años más tarde sabría que en la torre de telecomunicaciones tienen un switch para cada frecuencia, sea concesionada o permisionada.

Tuve que buscar en el cuadrante otra estación y para mi fortuna encontré ROCK 101, en el 100.9 de FM, y mis oídos se llenaron con las voces de cada uno de los locutores que hacían posible emisiones como: Argonáutica, Naufragio, Idea Musical, Los cuernos de la Luna, Descelofaneando, Lado B, Gaveta 13, La Puertita Antiradio, Salsabadeando y demás programas plagados de la música de los 80.
U2, Peter Murphy, The Cure, OMD, Talk Talk, New Order, Leonard Cohen, Tons on Tails, Siouxie, The Police, Rush y tantas bandas que sería ridículo tratar de acordarme de todas. Fue una época dorada. En las noches de entre semana podía escuchar Noche Mágica de WFM, 96.9, y antes, Rock Olé y Fusión: no podría olvidar la explosión del rock en nuestro idioma.

Lo cierto es que la radio no ha vuelto a ser la misma.
— 5, 4, 3, 2 —el Gordo ordena por el talk back—.
Para relajarse le dice algo al chavito de servicio social, se lo trae jodido.

[Identificación: La caída de la luna]. [Cue].

— Les recuerdo los teléfonos del cuarto de sorpresas 52393540 y 41, marquen, lancen una moneda al aire y pidan un deseo. Veamos si este 27 de noviembre del 2005, la luna deja en su caja de regalos la realización de alguno de sus anhelos. [Flash]. Esta noche la estamos dedicando a los encuentros, a los reencuentros, a ese momento dónde la magia se aparece y se burla de las disposiciones y los planes que, con tanto esmero hacemos para nuestra vida. Dicen por ahí: a dónde quiera que viajes, tu hogar es junto a la persona que amas. ¿Puedes reconocerlo a simple vista? ¿Es ridículo creer en el sendero marcado hacia los brazos de alguien? ¿Ese es tu hogar, fuera de casa? Ellos son The Smiths y la rolita There Is A Light That Never Goes Out. [Identificación: La caída de la luna].
“Take me out tonight
Oh, take me anywhere, I don't care
I don't care, I don't care
Driving in your car
I never never want to go home
Because I haven't got one, da ... Oh, I haven't got one…”


Aquella noche pusiste tus manos sobre mi brazo y supe que eras especial, había una sensación de tranquilidad, me estremecía de arriba abajo al sentir tu cercanía, y la dureza en mi corazón se desmoronaba cual caramelo en la boca. Una sensación de paz me invadía hasta hacerme sentir en el lugar donde las ideas se calman y la marea de las inquietudes puede subir desparramando sus delicias sobre la tierra. Supe esa noche que podría estar a tu lado sin mayor complicación, con el sentido de la sencillez implicando el arte de amarte, aunque desearas estar desconectada y no te importara más allá de una amistad:
— Mira la luna —dijiste señalando el cielo despejado de esa noche del 12 de noviembre—.
— Está tan cerca, es tu regalo de cumpleaños —dije— parece que la luna se cayó.
Y efectivamente siempre he creído que la luna hizo un hueco sobre la tierra y nos dejó una caja de algún material viejo y argentario, al abrirla hemos descubierto mil y un cosas, detalles sin explicación ni sentido. Sólo quería estar contigo, no olvidarme de la luz de luna, ese resplandor vigente, eterno y sin salida de mi vida.
“To die by your side
Well, the pleasure, the privilege is mine.
Oh, There Is A Light And It Never Goes Out.”

[Identificación: La caída de la luna].

Dulce envoltura (mariposas en tu cuerpo)


“Él la ve de frente y se pierde en la templanza de sus ojos... reconoce el edén y los jardines colgantes sembrados por las miradas tiernas, deseosas y acarameladas, de cada vez que se ven.

Ella lo ve de frente y se pierde entre sus brazos… recorre despacio la geografía de su apego y los encuentra cual nudo de corazón cautivo, unidos por el único lazo reconocido: el amor que se profesan.

Él la ve de frente y se pierde entre sus pensamientos… le dice que todo importa cuando está con ella y la razón por la cual su universo se resume al sentimiento naciente del movimiento de su cadera.

Ella lo ve de frente y se acuerda… le enseña el poder y hechizo de sus manos, le muestra el silencio en flor de sus labios, cual suave susurro de un te amo como jamás había amado.

Juntos, ella y él, sin espacio entre sus cuerpos, siembran flores del color de su delirio y reino de su encuentro, de la locura que los embarga y la cordura que los centra, de un principio sorpresivo y una historia sin final, y de su única certeza: un futuro incierto.

Juntos, envueltos en una caricia sutil, llena de esperanza, forman un poema de letras desgajadas de sus más íntimos pensamientos, salpicando a ritmo cada frase para formar sólo un verso de cascadas portadoras de vida, de sueños regalados, caricias aprendidas y silencio en los labios…
Juntos tejen su capullo, artífices de hilos dorados del ayer de hace unos meses y de hilos argentarios de su hoy. Hacen su nido de puro sentimiento, pensando en despertar juntos una mañana venida del para siempre…”

— Este es tu presente, el futuro no te lo puedo decir —él le dijo mientras la miraba de frente— lo único que puedes hacer es creer.
Ella lo miro de frente y le dijo:
— ¡Te amo! Mientras daba las últimas puntadas, al capullo, con hilos dorados y argentarios.
Juntos, se besaron.

Epílogo
Tal vez, esta sea la razón por la cual aquellos que se aman de verdad sienten mariposas revoloteando por su cuerpo

Demonios perfumados (del libro 33 tornillos en plenaria, por: Keshava Quintanar Cano)

A Heriberto Cruz Resendiz,
valiente hermano por adherencia



A Beto le encantaba vestir sus demonios y ponerlos en las repisas de su recámara. Cada vez que hacía un nuevo amigo o una nueva novia, los llevaba a su habitación y les decía en tono solemne:
— ¡Mira te presento a mis demonios!
— ¡Órale están de poca! —respondía el visitante, a veces con groserías o de forma cursi, dependiendo de la boquita.
— ¡Parecen alebrijes!
— Sí, pero los primeros son mis demonios de la prepa —les decía— ¡Ahora, chécate estos!
— ¡Qué chido! ¡Demonios de peluche, con trajes de marinerito y hasta perfumados! ¡Están de poca! Oye, güey, me cae que estás bien loco, pinche Beto, ¡eres todo un artista!
— Mira: éste es mi último demonio, se llama Rexor y tiene un estilo minimalista.
— ¡Sale minimalista y todo!
— Sí, ya no me gusta ponerles tanta cosa. Aparte de que es una chinga, como que ya no está inn. Tengo mis demonios barrocos, ilustrados, clásicos y hasta Avant Gard, pero ahora, en este nuevo periodo artístico, ya nada más les pongo nombre y una que otra garrita.
— ¡Estás cañon, mi hermano!
Pero Beto no sabía lo vengativos que pueden ser los demonios y que hay infiernos hasta para el mismísimo Belcebú. Pero se enteró y, con mucho dolor, cuando Legión lo enfundó en unos minúsculos calzoncitos rosas, aplastándole los testículos e inaugurándole una fea estría en el culo. Acto después, el demonio le susurró al oído:
— Ahora sí cabrón: ¡bienvenido a mi infierno! A ver qué sientes ahora que estás en mi repisa. ¡Mañana te voy a hacer mi muñeca!

jueves, 27 de marzo de 2008

Entre Lunas (Epístola transitoria del Libro Egomanías y La llantitos)


Hoy los acordes de la guitarra acompañan mis pensamientos de loco alquimista rodeado de videos, discos de rock y uno que otro libro frente a la pantalla de la computadora. Ellos me ayudan a transportarme a lugares especiales porque son eternos e infinitamente mentales. Los compases tristes de Whis you were here me recuerdan mi soledad junto a la vaguedad de los sentimientos: tú conmigo al volante, rodeados del infinito dolor que te produce vivir. Los coches se paralizan ante la caída de tu cabello y el desconcierto que ocasiona el misterio de tu pertenencia al universo.

Esta noche las pisadas sobre el piano de Trust me hacen reconocer que la confianza se gana. Te aseguro que llevaba unas vidas esperando a alguien como tú. Me resulta idiota creer que nos amamos en otra vida y que hemos ido reencarnando para hacer nuestro amor realidad… aunque es una posibilidad. Como lo es que no me ames. /But you are the only one, please trust in me/. Es que no tengo la culpa que no hayan aprendido a convivir con tus miles de facetas, Luna. No te has puesto a pensar que intento decirte toda la verdad, pero sólo sé hablarte de mi verdad de lunático. No te conozco a pesar de verte a diario cuando me levanto después de soñar contigo... es que te has colado por mi oído derecho y no puedo, ni quiero sacarte de mi cráneo.

Últimamente he ido a ver muebles para arreglarte la habitación de mi mente, tengo algunos problemas para escoger el tapiz de la sala, verde, magenta, azul, creo que a tu palidez le va bien una combinación de blanco y negro, con litografías colgadas en bastidores. ¿Te gustaría "el Guitarrista" de Picasso? ¿Qué hay de "el Grito" de Münch, "Una triste noche" de Van Gogh, "el Tiempo" de Dalí, o "Dreams" de Hiroshi? Pero en el centro un gran póster en negro y blanco de tu desnudez a cuerpo completo: exaltar tus cráteres, valles, el mar de la tranquilidad de tu sexo ¿no es una buena idea, Luna? Tú en la sala desnuda con todas tus formas redondeadas, tus huecos, tus protuberancias... ¿Cuál de todas tus montañas es tu centro de placer, Luna?... ¿Tienes clítoris?

Algo que no me costó trabajo es escoger la cama, debe de ser amplia y redonda para que descanses o tengas lugar para revolcarte haciendo el amor con alguna de mis ideas planas. Entre sábanas de seda negra para resaltar tu goce y tus formas plateadas. Y de la recámara, una terraza con flores de Mercurio, rosas negras de Júpiter, los famosísimos anillos de Saturno colgando en forma de enredaderas, y en una esquina la fuente de un bebé desnudo haciendo pis rodeada de Huele de Noche, limoneros y naranjos.

La habitación debe de contar con un buen equipo modular para hacer tus recuerdos regresar cuando lo quieras y una amplia colección de Cd's para que de acuerdo a tu tristeza puedas alcanzar la música adecuada. In your eyes sería una buena opción para enamorarte y mostrarte mis placeres terrenos, Luna. Una copa de tequila o Sangre de Cristo junto a la chimenea con unos bocadillos suaves, tersos al paladar para disfrutar de tu piel cuando se sonroje, se tiña del color del fuego. Es que me cuentan que eres fría, tal vez sea por estar tan sola en el espacio, según los astronautas: ¡es de helar estar ahí! /All my instincts, they return... without a noise, without my pride. I reach out from the inside. In your eyes/.

Creo que la única ventaja de estar arriba es que eres testigo de todo lo que pasa, los poetas te toman de inspiración, los enamorados se rinden ante tu influjo, se besan y acarician por el efecto de tu gravedad, los rayos ultravioleta te hacen el lightbulb hanging over mi bed y de todos aquellos que aún, de verdad, creen en el amor. ¿Ha de ser raro ver el mundo y su gente desde afuera? Recuerdas el caso del fumador de opio. Sí, aquel muchacho de oriente que se le ocurrió vagar por la inmensidad de los viajes provocados. Un muchacho de diecisiete años de edad con el mejor promedio de su clase, de familia acomodada, que amaneció en ese estado tan... De acuerdo al periódico encontraron un minidisc repleto de Stairway to heaven que tocaba sin parar y junto a la cama una carta con unas líneas que decían:
“En el universo estoy abandonado, dejado de los ojos de mí, porque entre tanto oscuro sólo existimos mi mente y yo. Jugando siempre esos juegos mentales que juega la gente para divertirse con sus semejantes: yo y mi mente. Me dedico a crear mundos repletos de utopías. Soy Dios. Este planeta lo he creado, lo vi crecer junto con mis sueños. Yo lo hice. Lo moldee de entre la mierda con mis propias manos formando con mi aliento la vida. Arbolitos y animalitos conviven en cada ecosistema por que yo lo mando. En estos momentos estoy tratando de dar a luz a la mujer tendido sobre la cama. Siento el dolor de parir a la mujer. Puros sueños de opio. Me duele pero tengo que cortar el cordón umbilical... algo está saliendo mal, hay demasiada sangre sobre la cama... Mamí, no llores, siempre fuiste buena conmigo. Dile a mi padre: le perdono los madrazos del otro día. La verdad nunca los he odiado… era un desajuste hormonal. Y a mi hermano el menor dile, yo tenía razón: si alguien puede matar a Dios es la mujer, es la única que lo puede enfermar de soledad”. /That´s the lady of south... I bought the stairway to heaven/.
La verdad es que amaneció con el vientre cortado... de las colchas no quedó nada blanco. Dime Luna ¿fue cierto esto? o algún idiota lo inventó para entretenernos y obligarnos a comprar el periódico. ¿Qué piensa Dios de nosotros?, ¿qué piensas tú de nosotros?

Alguien juega con nosotros Luna, porque insisten en darme celos con que el mar está enamorado de ti, y por eso sube la marea. No lo creo. Es más factible que en las noches de borrachera mi alma suba a ti, de vueltas a toda velocidad para alcanzar tu hermosura de esfera plateada. /Aire, soñé por un momento que era aire, oxígeno, nitrógeno y argón, sin forma definida ni color/.

A veces creo eres parte de mí, por todo lo que compartimos sin sentido o con sentido de tus pocas palabras a través del teléfono, cuando me pides que no ponga palabras en tu boca o me las dices tan bajo que no puedo oírlas, sin más remedio te pido que repitas con esa voz tan suave lo que has dicho y sólo optas por decir: Cosa. Gozando de todas las agravantes y pecados que produce en mi cuerpo y en mi mente tal promesa de ser diferente a cualquier otro lunático. Creo que no te lo he pedido...

Silencio, escuchas la voz de Sole que nos canta como La Flor de la Mañana. ¡Sshh! ¡Presta oídos!: “Qué habrá tras tu mirada/ que tanto oculta y tanto da/ vuelve a la cama a soñar/ que, amor que mucho piensa/ verás como comienza/ y entonces pronto acabará/ La flor de la mañana hoy/ sembraste en mi ventana/ fingiendo que fingías/ que me amabas/ Y prometieron locuras/ y cumplieron las promesas/ y se derramó ternura/ Y confundieron sus cuerpos/ en un sólo abrazo largo/ como dos enamorados”.
La verdad prefiero me mientas con tu luz marmórea y acaricies con tus anhelos de perversa fémina, Luna. ¿Eres de queso? o ¿eso es una mamada? No ves mis alas que se estiran para estar contigo. ¿Existes sólo en mi cabeza? Si es así porque cuando te veo me excito y te extraño no por el sexo sino por los abrazos, tu olor de floridas universales e inhóspitas vivencias, tus manos que hielan por tu naturaleza fría.

En verdad ¿no me amas? ¿No pierdes el control cuándo me ves desde arriba? ¿Quieres compartir mi cama? Aunque seas satélite y yo un terrestre cualquiera, ¡sé que el amor está a ras de piel y piedra!

Si yo existiera en algún cuento sería el Principito y tú mi flor, la única en mi planeta, Luna. Aunque fueses vanidosa, enferma, caprichosa, cambiante, explosiva y agresiva, Te seguiría queriendo igual. “Por ser la única flor en millones y millones de estrellas”.

Te lo he dicho, Luna... es que no sé cómo... ¿Te casarías mentalmente conmigo?... no me des una negativa o un sí. Haz lo que sientas. Pero no niegues que soy tu lunático favorito, que a pesar de todos tus temores me amas. / I want somebody... for the rest of my life/.

¿Verdad qué te gusta que te observe toda, qué te sientes especial conmigo, qué te he regalado más de un sentimiento? Cosa, Vida, Luna. De haber sabido que algún día voltearías tu humanidad de satélite para buscar un amor terreno sería virgen. Lo cierto es que nunca creí que fuese a encontrar eco a tanta distancia de casa. Soy lo que soy gracias a lo que he vivido, lo curioso es que hasta ahora sé que hay Luna.


P.D. ¿Me amarías a pesar de ser tan diferente a ti? No olvides hablar. Te extraño, ayer no te pude ver la contaminación era muy densa no se podía ver el cielo. ¿Cómo te beso Luna?... a veces estás tan lejos... al menos ya me piensas.

miércoles, 26 de marzo de 2008

III.- Mis demonios (antes de La caída de la luna)


6 de agosto del 2005
Me encuentro en desorden, se vuelca la vida que no he podido vivir…a veces, siento que mis sueños se escapan de mis manos y me mata la nostalgia. ¿Dónde quedó la magia que movía cada uno de los días de mi existencia?

De la música me queda sólo ese afán compulsivo de coleccionar compactos, de tocar nada. Escribir es ahora un remilgo, una pausa eterna, es acomodar letras en el orden incomprensible de mi absurdo. Hace años que no lo hago. La radio se perdió, por más que mi creatividad se esfuerza, no brota de mis venas el embrujo correcto para hacer de las ondas de transmisión la cueva de mi razón y el motivo de mi trabajo.

La verdad es que deseo hacer algo pero mis karmas se rebelan y tiran con fuerza de la soga de mi cuello hasta desorbitarme los ojos…Las fuerzas que me mueven, salen a pasear con cada error que cometí, por evitar vivir en esta sociedad que me confunde.

Tanto me embrolla, que destrozo mis manos con el espejo porque siempre he deseado conocer mis demonios (al menos lo que la sociedad llama demonios) y nada. Me encantaría verlos para vestirlos de peluche y ponerlos en la repisa de mi cuarto.
Los he buscado pero no los encuentro, juegan a las escondidas con cada historia de mi vida. Lo sé, porque he visto mi infancia corriendo por la sala de mi casa, intentando robar los dulces que están sobre la mesa de centro y a mis sueños mojados esconderse tras la tasa del baño… pero de mis demonios, nada. Por más que levanto los compactos, me asomo bajo la tele y hasta rasco la pared, no encuentro alguno para platicar con él.

Luego me muero de risa porque siempre he querido ponerle a alguno su traje de marinerito, comprarle un helado para ver como se bate la jeta… me vengaría de tantos años de búsqueda dándole un madrazo en la cabeza por cochino… ¡Ja, ja,ja! ¡Mi demonio jodido por marrano! ¡Ja, ja, ja!

Me preocupa en realidad que no estén rondando por ahí, allá, acullá o por acá… ¿y si…? No puedo imaginármelo…podría ir a la policía a decir:
— Cree usted, no encuentro a mis demonios, llevan una vida sin aparecer… creo que se los robaron— con mi cara compungida y mis ademanes de individuo sin demonios, lleno de angustia frente al MP.
— ¡Métanlo a la cárcel por mamón! Y háblenle al loquero— grita el MP enfurecido, con los bigotes chorreados, mal encarado y con su traje reluciente, de seguro lo planchó en casa con una Koblenz.
Y me llevarían con las manos esposadas hasta el cuarto que esta atrás de los separos para darme unos chingadazos. ¡Sí, me los ganaría por loco y por mamón!

Pero, de veras hay que estar pendejo ¿quién se robaría mis demonios?...
De seguro se los robaron para venderlos. ¡Ay, me robaron! ¡Me robaron!... ¡Cómo no se me ocurrió antes! Pero, ¿cuánto valdrán los demonios? Ya me imagino:
— ¡Pásele, pásele! ¡Aquí están sus demonios llévelos chiquitos, medianos o grandes!… se adaptan a su vida, los puede personalizar… ¡lleveloooos! ¡Llévelos! Son de a 2 por...
—¿Cuánto, cuánto valen unos demonios? No sé a cómo se venderían, pero de que debe haber oferta ¡debe haber oferta!

¿Y si los secuestraron? ¿Si piden rescate por ellos? Está bien que los quiera conocer pero eso de dar un centavo por ellos, ¡nada! Bastante tengo con querer comprarles sus vestidos de peluche. ¡Nada, ni una lana por ellos!

Es más pondría un anuncio en el periódico:
“Señores secuestradores de demonios, no se hagan ilusiones no pagaré por mis demonios. Total, si tanto les gustaron quédense con ellos.
Atentamente
Don sin demonios. Por cierto, ¡chinguen a su madre por secuestradores!”

Se me hace raro que no salgan, algunas personas dicen que están en el closet, por lo que asumo que son medio mmm… que se les da la jotería, pues… ¡a parte de demonios, puñales! Ya me los imagino:
— ¿Me quieres demonio? —con las manos entrelazadas.
— No, te toca a tí decírmelo —parando la trompita.
— ¡Eres una perrrra!
— ¡Qué le ves a esa! ¡Mejor ve ésta! —señalando unos dedos abajo del ombligo y con las uñas pintadas. ¡Ja, ja, ja! ¡Demonios putines!
El caso es que nunca aparecen, ni cuando les hablo bonito. Ni modo, tal vez no los encuentre nunca, pero los estimo… Sea como sea, son mis demonios, ¿no?

El inicio de la leyenda, la caída de la luna


“Mientras recordaba como la luna se precipitaba en caída libre sobre su mundo, dejando un hueco en el firmamento, miró como los enamorados la arrastraban con un gran remolque para llevarla a su lugar favorito: un nuevo cielo que le habían edificado.

Los vio perderse a lo lejos, tras la montaña. Iban directo a su civilización.
Cansado de ver a los enamorados tirar de la enorme esfera plateada, se sentó a la orilla del cráter pensando en la inmortalidad que algún mortal debió haber inventado. Con la mirada perdida, observo una fila de hormigas que caminaban presurosas con la incógnita sobre la espalda, y sin nada qué hacer, decidió seguirlas.
Camino a paso veloz de hormiga, se unió a la fila. Grande fue su sorpresa al ver que se detenían a los pies de una pequeña caja, custodiada por unas pequeñas mariposas que batían sus alas transparentes.
La tomó del piso y curioso decidió mirar dentro de ella. Con cuidado la abrió, y el tiempo se detuvo…
—Parece increíble lo que puede caber en una caja —dijo al terminar de repasar su historia—.
Cerró la caja y la depositó en el centro del cráter que dejó la luna en su precipitación. Continuó su camino pero él ya no era el mismo…”

La caída de la luna

Siguiendo la física, la caída de la luna -según Newton- es el acercamiento del astro celeste debido a la gravedad de la Tierra. De acuerdo a esta premisa, en un futuro -esperemos sea lejano- la luna chocará con nuestro planeta y probablemente la puedas ver sembrada en tu jardín o pendiendo peligrosamente de tu azotea.
Pero lejos de éste sentido de destrucción, creo que la luna se precipita en caída libre hasta la tierra cada que el destino nos alcanza: “¿Qué planes has previsto que la vida se encarga de acomodar a su ritmo y conveniencia?”.
Parece ser que algún entendimiento superior utiliza este viaje lunático para transmitirnos un mensaje. Sí, tras la caída de la luna, en el cráter que deja su voluptuosa lunanidad, uno puede encontrar una caja que se va llenando de tu propio destino.

Ilustraciones de Alma de Juguete por: Enrique Zaragoza

Este soy yo...

DE MI han dicho...Nació envuelto en la terrible sospecha del ser humano —él siempre quiso ser árbol, águila o imagen tras el espejo— un 13 de diciembre de 1972, en la ciudad más avasallante y más hermosa del mundo: el Distrito Federal.Desde pequeño creció con lunas en los dedos e ideas itinerantes colgando del cabello, ávido lector de tiras cómicas y de cuentos infantiles permitió a los seres mágicos, divinos y leviatanes arrullarse en su cama tras el profundo canto de las sirenas.Creció, y mientras decidía que hacer de su vida, en cada luna llena besaba las almohadas imaginando al amor de su vida. Por fin, una mañana decidió estudiar derecho, algo que le salió muy chueco porque abandonó la carrera para estudiar periodismo, dando por concluidos tales estudios en el PART, a la vez que rocanroleaba como oso en brama tras una batería.Años más tarde decidió llevar la música en sus adentros y trabajo como negro en la redacción del departamento de cultura de Radio Educación (de vez en cuando se aventaba un palomazo como productor del programa “Su casa y otros viajes”), todo esto sucedía mientras estudiaba un diplomado de Literatura y Periodismo en Casa LAMM. Las letras —aún las de pago— siempre le han perseguido, al igual que la radio, por tanto, trabajo como productor de la serie “Impulso Humano” en Radio Universidad, no sin antes pasar por la Subdirección de Logística Informativa del GDF, algunas agencias de publicidad y la coordinación de medios de IH, A.C.Por fin, el 12 de noviembre del 2005, su destino le alcanzó y se puso a escribir como secretaria ejecutiva después de una huelga, y dio a luz a varios chamacos, y con el único fin de darle de comer a su prole, actualmente se dedica al desarrollo de documentación administrativa para diferentes empresas y alguno que otro trabajo de producción en audio (es cierto, en México vivir de las letras, que no sean de pago, está de la China Hada).Por cierto, el nombre de sus chamacos son:* El eterno idilio entre las mariposas y las hormigas, 2007.* La caída de la luna, 2006. Noveleta rosa.* Alma de juguete (anhelos para el niño que nunca debiéramos olvidar), 2006. Cuentos ¿infantiles?* Egomanias y la Llantitos (cuento – lógia), 2006. Recopilación de 20 años de cuentos darkys y existenciales.La mayor parte de las veces me llaman ¡Hijo de la chingada! ¡o de tu madre!, bueno, la mía... aunque últimamente me he aficionado a ese término tan común y que sólo me sabe si proviene de sus labios y que juntos creemos es para toda la vida (chance y para algunas más).En fin, que de mi la gente puede decir todo y a la vez nada, tengo muchos nombres, lo cierto es que tengo buen corazón aunque lo disfrace de mil y un calamidades...

Rolas de la banda "Nívola_Cría Cuervos" (Quintanar/Vargas/ Cruz)